La chispa antes del incendio: Cuando tu misión no es brillar, sino encender

“Pero detrás de cada alud hay un copo de nieve. 
Detrás de un desprendimiento de rocas hay un guijarro. 
 Una explosión atómica comienza con un átomo. 
 Y un avivamiento puede empezar con un sermón.” 
 Max Lucado- Cuando Dios Susurra Tu Nombre 


Los precursores incomodan. Generan insatisfacción. Son provocadores. Es difícil escucharlos porque nos mueven las metas. Nos desafían. Dios los sabe y por eso, siempre ha utilizado hombres y mujeres que, antes de que estalle una gran transformación, se levantan para frenar el avance de lo incorrecto e inadecuado. Son los que preparan la senda con trabajo arduo y una fe inquebrantable, los que se adelantan a los tiempos, manteniendo viva la promesa de Dios, a pesar que los plazos no se cumplan, los que pagan el precio con su libertad y con pasión se mantienen constantes, edificando lo que sus ojos no verán, pero su corazón, sí. Ellos son los que abren una brecha para que otros puedan caminar con mayor libertad, son los que allanan caminos, los que inician movimientos que parecen sin sentido, pero son los que Dios utiliza para trastornar -y transformar- el mundo. 

Juan el Bautista lo hizo para Jesús: predicó en el desierto, llamó al arrepentimiento, bautizó multitudes y cuando se encontraron, señaló al Cordero de Dios. Mientras los reflectores eran dirigidos a su ministerio, él lo volteó para quién cambiaría las reglas de juego. Jan Hus lo hizo para Lutero, y su voz, aunque apagada por el fuego, luego de un juicio injusto, encendió una llama que se convirtió en la Reforma. Un avivamiento que cambió no solo a la iglesia, sino al mundo entero. Que nos indicó el camino para entender la gracia, para crecer en la Palabra y que todo lo que hacemos es para la Gloria de Dios. 

Así, a lo largo de los siglos, Dios ha levantado precursores, que no miden atrevimiento, que no escatiman su vida como lo más valioso, que viven para Dios y no le temen a la incertidumbre, rechazo o abandono. Los llaman locos, absurdos. Son incomprendidos, rechazados y perseguidos; pero jamás son alcanzados, ni detenidos. 

Ser precursor no es un llamado a la fama, sino al servicio. No siempre brilla ante los ojos de todos, porque su luz no busca protagonismo, sino encender antorchas en otros. Es el que intercede cuando nadie ve, el que aconseja en secreto, el que da aliento al jovencito ignorado y capacita su corazón para soportar las inclemencias del dolor, el que sostiene hombros cansados, el que presenta ideas que parecen locura hasta que el tiempo les da razón. 

Jesús dijo: “Les digo la verdad: de todos los hombres que han vivido, ninguno ha sido más importante que Juan el Bautista” (Mateo 11:11). El precursor es esperanza y consuelo; es chispa que enciende un fuego que, con el tiempo, puede transformar una iglesia, una comunidad… o el mundo entero. 

El precursor vive con la certeza que lo que Dios ha prometido se cumplirá, aunque quizás sus ojos no lo vean. Como aquellos héroes de la fe que “aunque no recibieron lo prometido, lo vieron desde lejos y lo aceptaron con gusto [énfasis agregado]”. Hebreos 11:13, el precursor celebra la victoria antes de que llegue. Y esta idea me encanta: Su alegría no depende de ver la cosecha, sino de saber que su siembra será utilizada por otros. Él trabaja para un mañana que otros disfrutarán, y eso es suficiente para su corazón. 

Por lo que, si Dios te ha llamado a ser precursor, no luches contra ese regalo. Abraza el privilegio y el peso de abrir camino. Tal vez no veas todo el edificio completo, incluso no lo veas ni a la mitad, pero esos primeros ladrillos serán el cimiento sobre el que otros construirán. 

No temas ser quien encienda la primera llama, porque de esa chispa puede nacer un incendio santo que nada podrá detener. No te enfoques en el final, enfócate en hacer lo que Dios te ha mandado. 

 “No temas ser la chispa. Dios no te llamó a encender todo el fuego, sino a iniciar el que Él se encargará de extender.” 

 joseph.cubias@gmail.com

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