Iniciando un mes más, (que por cierto es el último mes del año 2009) les dejo una historia que encontré en un periódico de mi país, específicamente La Prensa Gráfica de El Salvador, el año anterior que estaba en un Mensaje a La Conciencia del Hermano Pablo, muy interesante que ayuda a comprender lo ocurre muchas veces en la vida.
Deseo compartirlo con ustedes para que ayude a motivar su fe, no se olvide que Dios habla a través de un Susurro suave y apacible y nos enseña cosa grandes que nos ayudan a crecer espiritualmente.
He aquí la historia.
«¡Vete a cuidar los burros! —dijo la mujer, enojada—. ¡Es lo único que sabes hacer bien!» El hombre, paciente y calmado, no como un burro sino como una oveja, se encaminó al corral. «Es cierto —pensó—, lo único que hago bien es cuidar los burros.»
Estando entre los asnos, Guido Manzi, granjero de Faroli, al sur de Roma, recibió en la cabeza la patada de uno de los burros. Su esposa, Rosa, lo encontró inconsciente y lo llevó al hospital. Después de tres días en coma, recuperó el conocimiento.
Pero tras la patada, se le desarrolló la inteligencia. Dos años después del suceso, Guido Manzi había llegado a ser un consumado mecánico, habiendo diseñado varios aparatos mecánicos y dos modelos de motor de automóvil.
Este caso es asombroso. Los médicos no podían explicárselo. Parece que la patada del animal produjo un desplazamiento masivo del cerebro de Guido, y de alguna manera extraña se le despertaron cualidades dormidas, y el hombre se convirtió en un próspero y cotizado diseñador de motores y máquinas.
A veces hace falta en la vida un fuerte golpe para despertar, si no la inteligencia, la conciencia. Hay hombres que reaccionan y salen de una vida delictuosa después de caer en la cárcel. Hay matrimonios que se dan cuenta de que se aman y se necesitan después de divorciarse. Y hay padres que reconocen cuánto necesitan a sus hijos después de que uno de ellos sufre un accidente mortal. Cuando no se aprende de otra manera, hay que aprender a golpes. Así parece ser la ruda escuela de la vida.
En una de nuestras capitales, un hombre llegó a comer desperdicios en una zanja llena de barro antes de reaccionar. Pero llegó, con el tiempo, a ser capataz de un gran depósito de comestibles.
Parece que Dios tiene una benevolencia especial para los que llegan al fondo del abismo y no les queda ninguna esperanza. De ellos Jesucristo dijo: «El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» .
Pero no es necesario recibir la coz de un burro, ni llegar a comer desperdicios para encontrar la salvación. Ahora mismo, con buena salud y condiciones favorables, podemos tomar la gran decisión de la vida: aceptar a Cristo como Señor, Salvador y Maestro. Él puede y quiere cambiar por completo el rumbo de nuestra vida.
Estando entre los asnos, Guido Manzi, granjero de Faroli, al sur de Roma, recibió en la cabeza la patada de uno de los burros. Su esposa, Rosa, lo encontró inconsciente y lo llevó al hospital. Después de tres días en coma, recuperó el conocimiento.
Pero tras la patada, se le desarrolló la inteligencia. Dos años después del suceso, Guido Manzi había llegado a ser un consumado mecánico, habiendo diseñado varios aparatos mecánicos y dos modelos de motor de automóvil.
Este caso es asombroso. Los médicos no podían explicárselo. Parece que la patada del animal produjo un desplazamiento masivo del cerebro de Guido, y de alguna manera extraña se le despertaron cualidades dormidas, y el hombre se convirtió en un próspero y cotizado diseñador de motores y máquinas.
A veces hace falta en la vida un fuerte golpe para despertar, si no la inteligencia, la conciencia. Hay hombres que reaccionan y salen de una vida delictuosa después de caer en la cárcel. Hay matrimonios que se dan cuenta de que se aman y se necesitan después de divorciarse. Y hay padres que reconocen cuánto necesitan a sus hijos después de que uno de ellos sufre un accidente mortal. Cuando no se aprende de otra manera, hay que aprender a golpes. Así parece ser la ruda escuela de la vida.
En una de nuestras capitales, un hombre llegó a comer desperdicios en una zanja llena de barro antes de reaccionar. Pero llegó, con el tiempo, a ser capataz de un gran depósito de comestibles.
Parece que Dios tiene una benevolencia especial para los que llegan al fondo del abismo y no les queda ninguna esperanza. De ellos Jesucristo dijo: «El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» .
Pero no es necesario recibir la coz de un burro, ni llegar a comer desperdicios para encontrar la salvación. Ahora mismo, con buena salud y condiciones favorables, podemos tomar la gran decisión de la vida: aceptar a Cristo como Señor, Salvador y Maestro. Él puede y quiere cambiar por completo el rumbo de nuestra vida.
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