Oskar Schindler tenía su fama. Era mujeriego y bebedor. Sobornaba a los oficiales del ejército y era miembro del Partido Nazi. Sin embargo, enterrado en la oscuridad de su corazón había un diamante de compasión por los judíos condenados de Krakow, Polonia.
Mientras Hitler trataba de matar, Schindler trataba de salvar. Sabía que no podría salvarlos a todos, pero sí a algunos, y así lo hizo. Lo que comenzó como una fábrica lucrativa se transformó en un refugio para mil cien afortunados cuyos nombres llegaron a estar en su lista, la lista de Schindler.
Si viste la película de ese mismo nombre, seguramente recordarás cómo termina la historia. Con la derrota de los nazis vino el cambio de papeles. Ahora Schindler sería el perseguido y los prisioneros serían libres. Oskar Schindler se prepara para deslizarse en la noche. Mientras camina hacia su automóvil, los trabajadores de su fábrica forman una fila a ambos lados del camino. Han venido a agradecer al hombre que les ha salvado la vida. Uno de los judíos le presenta una carta firmada por cada uno de ellos, documentando su proeza. Le dan también un anillo hecho del oro extraído de un diente de uno de los trabajadores. En el anillo han grabado un versículo del Talmud: «Quien salva una sola vida, salva al mundo entero».
En ese momento, en el aire fresco de la noche polaca, Schindler es rodeado por los liberados. Filas de rostros. Esposos con sus esposas. Padres con sus hijos. Todos saben lo que Schindler hizo por ellos. Nunca lo olvidarán.
¿Qué pensamientos habrán corrido por la mente de Schindler en ese momento? ¿Qué emociones afloran cuando una persona se encuentra cara a cara con personas cuyas vidas ayudó a cambiar?
Algún día se sabrá. Schindler veía los rostros de los liberados; tú también los verás. Schindler oía las palabras de gratitud de los redimidos; tú oirás lo mismo. Él estaba en medio de una comunidad de almas rescatadas; lo mismo está reservado para ti.
¿Cuándo ocurrirá esto? Ocurrirá cuando Cristo venga. La promesa de 1 Tesalonicenses 2.19 no está limitada al apóstol Pablo. Me explico. «Vosotros sois nuestra esperanza, nuestro gozo, y la corona de la cual nos sentiremos orgullosos cuando el Señor Jesucristo venga» ( 1 Ts 2.19 ).
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