La fe es el alma de las promesas. Le da vida y
sentido. Genera una expectativa y dar los pasos así su recepción. No hay mejor
momento que aquel donde se recibe lo prometido. Cuando éramos niños vivimos
muchos de esos momentos. El regalo anhelado. El paseo pretendido. El premio
conseguido. Parece que la adultez minimiza la fe. Entre cuentas por pagar, nos
hacemos más realistas y menos idealistas.
Las promesas favoritas de los adultos son aquellas
dedicadas a cubrir nuestras necesidades. Promesas tales como: “Mi Dios, pues, suplirá
todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.”
Filipenses 4:19 RVR1960. Nos sacan una sonrisa.
Muy ciertas y grandiosas pero son solo una parte de la verdad. Las promesas de
Dios no solo están destinadas a hacernos materialmente ricos, sino a enriquecer
nuestra alma y espíritu. A recordar nuestro llamado. A potenciar nuestros
talentos. A vivir para él.
Es por ello que Cristo hablaba
mucho de lo niños. Quiere que como adultos nos dejemos de preocupar del cómo y
pensemos más en Quién. Qué dejemos de preocuparnos y nos ocupemos en lo importante. Cada promesa escrita en las
Sagradas Escrituras es -si se me permite la analogía- un trozo del corazón de
Dios donde Él es siempre el que concede, otorga y premia por Su Amor.
Es probable que está sea la
razón de ser de las promesas. Recordarnos nuestro llamado. Enfocarnos en
nuestro Hogar Celestial. Vivir. Amar. Adorar sin necesidad de demostrar nada.
Todo está demostrado. Todo fue alcanzado y no fue nuestra capacidad ni nuestra
fuerza, sino su incomparable justicia y poder.
Promesa
No. 7:
“Porque irrevocables son los dones y el
llamamiento de Dios.” Romanos 11:29 RVR1960.
Esta es una promesa un poco controversial. Algunos
la limitan solo a Israel y su llamado. Otros consideran que se puede tomar para
nuestra vida. Es probable que algunos la tomen como una licencia para vivir en
pecado y seguir “sirviendo a Dios” pero creo que no es el fin de Pablo al
escribirla.
Dios tiene un llamado a amar lo poco llamativo. Lo
inspira lo poco atractivo. En sus llamamientos, se observa. José, uno de los
últimos hijos de Jacob se le confía la preservación del linaje. Moisés un
fugitivo de la ley. David, un pequeño pastor insignificante. Un pescador colérico
como Pedro. Un copero como Nehemías. No poseen grandes títulos, son simples
personas que tenían algo en común: Disposición. Esta promesa es para este
primer grupo. Los que Dios llama y tiene disposición. Los pequeños que Dios
convierte en “titanes” de la fe. Esto es tema para otro momento, para volver al
centro de este texto bíblico.
Esta promesa nos dice que Dios se tomará el tiempo
en formarnos. No importa cuánto tiempo sea. Pueden ser 3 años, 6 meses, 17
años, 40 años o 30 años. Nos conducirá por desiertos espirituales donde se
forme nuestro carácter, nuestra fe sea probada y se consolide nuestro llamado o
propósito. Cruzará nuestros caminos con personas que serán nuestros maestros.
Algunos serán tutores que nos tendrán paciencia. Otros simplemente nos dejarán
una enseñanza. Todo abonará a pulir nuestros dones. A ser como Jesús. Este
proceso formativo no tiene fecha de caducidad. Como dicen algunos ministros: “Si no pasamos la asignatura (llámese
humildad I, paciencia II o disciplinas espirituales III), la volveremos a
cursar, hasta que estemos capacitados a ejecutar el plan de Dios para nuestra
vida.” Dios jamás dejará que la inversión de recursos se pierda. Está muy
interesado en nuestra vida. Puede parecer que no somos indispensables y es una
verdad; pero también, es una verdad que somos necesarios. Por eso, esta etapa
de formación. Por eso, el dolor, los desafíos y las lágrimas. Dios quiere sacar
lo mejor de nosotros.
También está promesa tiene que ver con el apoyo de
Dios. Podremos postergar el momento de cumplir con el propósito de Dios, pero
jamás Dios se olvidará de su promesa o de nuestra solicitud. Dios toma como
ciertas nuestras palabras. Para Dios no hay edades. Moisés empezó su ministerio
a los 80 años. Jeremías era un joven cuando fue “activada” su condición de
profeta. Así también, Dios hará lo prometido, ya que a pesar de que demoremos
el inicio el utilizará todos los recursos para recordarnos nuestra labor. Dios
no quitará el llamamiento, nos conducirá a retomarlo.
Por eso creo que es cierto que los dones y el
llamado son irrevocables. Lo que cambiará es la forma de ejecutarlos. Sansón
fue llamado a liderar al pueblo para quitarse el dominio de los filisteos. Lo
hizo. Sin embargo, a costa de muchas cosas, él hizo las cosas a su manera. Su
fin no concordó con su llamado. Su negligencia espiritual lo llevó a la ruina
moral, de su liderazgo y de su vida. Fue seducido, engañado y humillado. Pagó
las consecuencias de su mal proceder, pero Dios cumplió su propósito.
Así que, cuándo y cómo cumplir el llamado de Dios
es una decisión personal. Dios será paciente. Nos conducirá a su ejecución. Si
vivimos conforme a ese llamado, también será una decisión personal. Por lo que,
disfruta la etapa de entrenamiento, enfoca el camino y preparémonos para lograrlo.
Promesa
No. 8
“Así que no juzguen a nadie antes de tiempo, es
decir, antes de que el Señor vuelva. Pues él sacará a la luz nuestros secretos
más oscuros y revelará nuestras intenciones más íntimas. Entonces Dios le dará
a cada uno el reconocimiento que le corresponda.” 1ª Corintios 4:5 NTV
No hay nada mejor que un pulgar alzado de una
persona que nos ama. Una palabra de reconocimiento. Un abrazo. No hay mejor
satisfacción. Esta promesa tiene que ver con ello. En la versión Reina Valera
1960 dice: “y cada uno recibirá su alabanza de Dios.” Palabras que deben
inspirarnos. Dios mismo. El Creador. Omnipotente. Maravilloso. Entre sus
múltiples atributos. El Gran Yo Soy se levantará de su Trono y nos dirigirá
unas palabras de reconocimiento. Tributará nuestro trabajo. Dedicará un poco de
su tiempo para expresar su agradecimiento por nuestra obra. Sé que parece un
poco egoísta, pero ¿no les parece una de la más grandes experiencia de nuestras
vidas?
Imagínense el cuadro. Dios quien dijo: Sea la luz
y fue hecho. Quien abrió los cielos para decirle a su Hijo: “Este es mi hijo
amado que tengo complacencia en Él.” Él mismo con toda su Majestad acercándose a
nuestro oído para hablarnos y felicitarnos. Todo será olvidado. Esas medallas
de reconocimiento ganadas en esta Tierra. Premios por concurso, serán simples
situaciones. Todo el dolor será dejado de lado. Las pruebas serán solo
recuerdos de un pasado de nuestra humanidad. Dios mismo nos llamará por nuestro
nombre y nos bendecirá. ¡Qué momento más inolvidable! No habrá reproches, ni
castigos. Solo reconocimiento. Al imaginar un poco, creo que tendrá palabras
diferente para cada uno. Habrá una enorme sonrisa en sus labios y proclamará su
palabra de amor hacia nosotros.
Creo que ese momento no podremos hablar. Es
probable que sea el único momento donde lloraremos en el Cielo y se cumplirá lo
escrito en Apocalipsis 21:4: “Secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá
muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía ha
dejado de existir.” No sé cuánto tiempo se tomará, pero no será poco. Me imagino
ese momento y no puedo dejar de sonreír.
Para vivir ese momento no dejemos de trabajar por
Él. No dejemos de amarle. Apasiónate. Cuida los niños con determinación.
Siembra esa Semilla Eterna en sus corazones.
Sirve al prójimo con anhelo.
No temas tomar Su Palabra y enseñar sus
Maravillas.
Esa oración intercesora por el necesitado que se
hace en la soledad tendrá su recompensa.
Esa ayuda al vecino que no tiene que comer, no
quedará en el olvido.
Esas veces que nuestro hombro sirvió de paño de
lágrimas.
La ocasión que nos convertimos en padre o madre de
un joven.
En todos aquellos momentos que nos tomamos el
tiempo de creer y discipular a otros.
Esas lágrimas no quedarán en el olvido.
Esas veces que se doblegó la carne y hubo
fidelidad a Dios, estarán escritas en las Memorias de los Cielos.
Dios recordará al libertador Moisés. Al
conquistador Josué. Al padre de la fe, Abraham. Al ícono de la adoración,
David. Al apasionado viajero y apóstol, Pablo. Estarán los héroes de la fe que
admiramos: Pedro, Juan, Salomón, Josías, entre otros. Pero también estaremos
nosotros. Los que están llenos de pasión. Los que detestan el pecado. Los que han
entregado su orgullo. No sé sus nombres, pero sí sé que llegarán. Estará
Federico. Juan. Estanislao. Marcos. Manuel. Soraya. Mercedes. Los que ponen
delante a otros en lugar de sus necesidades. Los mártires. Los pioneros. En
fin. Habrá júbilo en los cielos y en nuestros corazones. Dios nos mirará a los
ojos y expresará palabras nunca antes dichas.
¡Será inolvidable ese momento! Qué sea una promesa
que nos inspire a dejar atrás lo que somos y nos inspire cada día a tomar nuestra
cruz y seguirle. Ese es la esencia del Cristianismo. La esencia de nuestra fe. Recuerde
estas bellas palabras del apóstol Pablo: “Así que, hermanos míos amados, estad
firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que
vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” 1ª Corintios 15:58 RVR1960.
0 Comentarios
Manda tus comentarios del blog, puedes escribir tus testimonios, o historias que desees.