12 Promesas de Dios que Jamás debes Olvidar (Parte No. 3)



La fe es el alma de las promesas. Le da vida y sentido. Genera una expectativa y dar los pasos así su recepción. No hay mejor momento que aquel donde se recibe lo prometido. Cuando éramos niños vivimos muchos de esos momentos. El regalo anhelado. El paseo pretendido. El premio conseguido. Parece que la adultez minimiza la fe. Entre cuentas por pagar, nos hacemos más realistas y menos idealistas.

Las promesas favoritas de los adultos son aquellas dedicadas a cubrir nuestras necesidades. Promesas tales como: Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.” Filipenses 4:19 RVR1960. Nos sacan una sonrisa. Muy ciertas y grandiosas pero son solo una parte de la verdad. Las promesas de Dios no solo están destinadas a hacernos materialmente ricos, sino a enriquecer nuestra alma y espíritu. A recordar nuestro llamado. A potenciar nuestros talentos. A vivir para él.

Es por ello que Cristo hablaba mucho de lo niños. Quiere que como adultos nos dejemos de preocupar del cómo y pensemos más en Quién. Qué dejemos de preocuparnos y nos ocupemos en lo  importante. Cada promesa escrita en las Sagradas Escrituras es -si se me permite la analogía- un trozo del corazón de Dios donde Él es siempre el que concede, otorga y premia por Su Amor.

Es probable que está sea la razón de ser de las promesas. Recordarnos nuestro llamado. Enfocarnos en nuestro Hogar Celestial. Vivir. Amar. Adorar sin necesidad de demostrar nada. Todo está demostrado. Todo fue alcanzado y no fue nuestra capacidad ni nuestra fuerza, sino su incomparable justicia y poder.


Promesa No. 7:
Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.” Romanos 11:29 RVR1960.

Esta es una promesa un poco controversial. Algunos la limitan solo a Israel y su llamado. Otros consideran que se puede tomar para nuestra vida. Es probable que algunos la tomen como una licencia para vivir en pecado y seguir “sirviendo a Dios” pero creo que no es el fin de Pablo al escribirla.

Dios tiene un llamado a amar lo poco llamativo. Lo inspira lo poco atractivo. En sus llamamientos, se observa. José, uno de los últimos hijos de Jacob se le confía la preservación del linaje. Moisés un fugitivo de la ley. David, un pequeño pastor insignificante. Un pescador colérico como Pedro. Un copero como Nehemías. No poseen grandes títulos, son simples personas que tenían algo en común: Disposición. Esta promesa es para este primer grupo. Los que Dios llama y tiene disposición. Los pequeños que Dios convierte en “titanes” de la fe. Esto es tema para otro momento, para volver al centro de este texto bíblico.

Esta promesa nos dice que Dios se tomará el tiempo en formarnos. No importa cuánto tiempo sea. Pueden ser 3 años, 6 meses, 17 años, 40 años o 30 años. Nos conducirá por desiertos espirituales donde se forme nuestro carácter, nuestra fe sea probada y se consolide nuestro llamado o propósito. Cruzará nuestros caminos con personas que serán nuestros maestros. Algunos serán tutores que nos tendrán paciencia. Otros simplemente nos dejarán una enseñanza. Todo abonará a pulir nuestros dones. A ser como Jesús. Este proceso formativo no tiene fecha de caducidad. Como dicen algunos ministros: “Si no pasamos la asignatura (llámese humildad I, paciencia II o disciplinas espirituales III), la volveremos a cursar, hasta que estemos capacitados a ejecutar el plan de Dios para nuestra vida.” Dios jamás dejará que la inversión de recursos se pierda. Está muy interesado en nuestra vida. Puede parecer que no somos indispensables y es una verdad; pero también, es una verdad que somos necesarios. Por eso, esta etapa de formación. Por eso, el dolor, los desafíos y las lágrimas. Dios quiere sacar lo mejor de nosotros.

También está promesa tiene que ver con el apoyo de Dios. Podremos postergar el momento de cumplir con el propósito de Dios, pero jamás Dios se olvidará de su promesa o de nuestra solicitud. Dios toma como ciertas nuestras palabras. Para Dios no hay edades. Moisés empezó su ministerio a los 80 años. Jeremías era un joven cuando fue “activada” su condición de profeta. Así también, Dios hará lo prometido, ya que a pesar de que demoremos el inicio el utilizará todos los recursos para recordarnos nuestra labor. Dios no quitará el llamamiento, nos conducirá a retomarlo.

Por eso creo que es cierto que los dones y el llamado son irrevocables. Lo que cambiará es la forma de ejecutarlos. Sansón fue llamado a liderar al pueblo para quitarse el dominio de los filisteos. Lo hizo. Sin embargo, a costa de muchas cosas, él hizo las cosas a su manera. Su fin no concordó con su llamado. Su negligencia espiritual lo llevó a la ruina moral, de su liderazgo y de su vida. Fue seducido, engañado y humillado. Pagó las consecuencias de su mal proceder, pero Dios cumplió su propósito.

Así que, cuándo y cómo cumplir el llamado de Dios es una decisión personal. Dios será paciente. Nos conducirá a su ejecución. Si vivimos conforme a ese llamado, también será una decisión personal. Por lo que, disfruta la etapa de entrenamiento, enfoca el camino y preparémonos para lograrlo.


Promesa No. 8
“Así que no juzguen a nadie antes de tiempo, es decir, antes de que el Señor vuelva. Pues él sacará a la luz nuestros secretos más oscuros y revelará nuestras intenciones más íntimas. Entonces Dios le dará a cada uno el reconocimiento que le corresponda.” 1ª Corintios 4:5 NTV

No hay nada mejor que un pulgar alzado de una persona que nos ama. Una palabra de reconocimiento. Un abrazo. No hay mejor satisfacción. Esta promesa tiene que ver con ello. En la versión Reina Valera 1960 dice: “y cada uno recibirá su alabanza de Dios.” Palabras que deben inspirarnos. Dios mismo. El Creador. Omnipotente. Maravilloso. Entre sus múltiples atributos. El Gran Yo Soy se levantará de su Trono y nos dirigirá unas palabras de reconocimiento. Tributará nuestro trabajo. Dedicará un poco de su tiempo para expresar su agradecimiento por nuestra obra. Sé que parece un poco egoísta, pero ¿no les parece una de la más grandes experiencia de nuestras vidas?

Imagínense el cuadro. Dios quien dijo: Sea la luz y fue hecho. Quien abrió los cielos para decirle a su Hijo: “Este es mi hijo amado que tengo complacencia en Él.” Él mismo con toda su Majestad acercándose a nuestro oído para hablarnos y felicitarnos. Todo será olvidado. Esas medallas de reconocimiento ganadas en esta Tierra. Premios por concurso, serán simples situaciones. Todo el dolor será dejado de lado. Las pruebas serán solo recuerdos de un pasado de nuestra humanidad. Dios mismo nos llamará por nuestro nombre y nos bendecirá. ¡Qué momento más inolvidable! No habrá reproches, ni castigos. Solo reconocimiento. Al imaginar un poco, creo que tendrá palabras diferente para cada uno. Habrá una enorme sonrisa en sus labios y proclamará su palabra de amor hacia nosotros.

Creo que ese momento no podremos hablar. Es probable que sea el único momento donde lloraremos en el Cielo y se cumplirá lo escrito en Apocalipsis 21:4: “Secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía ha dejado de existir.” No sé cuánto tiempo se tomará, pero no será poco. Me imagino ese momento y no puedo dejar de sonreír.

Para vivir ese momento no dejemos de trabajar por Él. No dejemos de amarle. Apasiónate. Cuida los niños con determinación. Siembra esa Semilla Eterna en sus corazones.
Sirve al prójimo con anhelo.
No temas tomar Su Palabra y enseñar sus Maravillas.
Esa oración intercesora por el necesitado que se hace en la soledad tendrá su recompensa.
Esa ayuda al vecino que no tiene que comer, no quedará en el olvido.
Esas veces que nuestro hombro sirvió de paño de lágrimas.
La ocasión que nos convertimos en padre o madre de un joven.
En todos aquellos momentos que nos tomamos el tiempo de creer y discipular a otros.
Esas lágrimas no quedarán en el olvido.
Esas veces que se doblegó la carne y hubo fidelidad a Dios, estarán escritas en las Memorias de los Cielos.

Dios recordará al libertador Moisés. Al conquistador Josué. Al padre de la fe, Abraham. Al ícono de la adoración, David. Al apasionado viajero y apóstol, Pablo. Estarán los héroes de la fe que admiramos: Pedro, Juan, Salomón, Josías, entre otros. Pero también estaremos nosotros. Los que están llenos de pasión. Los que detestan el pecado. Los que han entregado su orgullo. No sé sus nombres, pero sí sé que llegarán. Estará Federico. Juan. Estanislao. Marcos. Manuel. Soraya. Mercedes. Los que ponen delante a otros en lugar de sus necesidades. Los mártires. Los pioneros. En fin. Habrá júbilo en los cielos y en nuestros corazones. Dios nos mirará a los ojos y expresará palabras nunca antes dichas.

¡Será inolvidable ese momento! Qué sea una promesa que nos inspire a dejar atrás lo que somos y nos inspire cada día a tomar nuestra cruz y seguirle. Ese es la esencia del Cristianismo. La esencia de nuestra fe. Recuerde estas bellas palabras del apóstol Pablo: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” 1ª Corintios 15:58 RVR1960.

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