“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” 2ª Timoteo 3:16-17
En la reflexión anterior, aprendimos que la Palabra de Dios tiene una similitud al espejo, pues nos ayuda a ver nuestros pecados y defectos de carácter. Nos ayuda a prevenir las consecuencias de nuestras malas actuaciones. Sin embargo, el poder de las Escrituras también consiste en reprender y restaurar nuestra vida.
A ninguna persona le gusta la palabra corrección. Nos gustan muchos las promesas y las bendiciones. De hecho, la mayoría de versículos bíblicos que nos aprendemos están enfocados en lo que Dios puede darnos. Su herencia. Su bendición. Su amor.
Sin embargo, también hay palabras de disciplina. Insisto con la idea que a nadie le gusta la disciplina, pero es necesaria. Los castigos de nuestros padres ante una falta de respeto, nos ayudó a comprender que nuestro vocabulario tenía que ser mejor. La rebeldía no tenía un buen fruto. Golpear. Manipular. Destruir. Todas estas palabras eran cambiadas por el poder de esos correctivos que debíamos enfrentar. Muchos estudiosos de la conducta humana dan cuenta de su importancia y hay muchas reflexiones sobre ella, como la siguiente:
“Un adulto en la cárcel, pagando una condena de cadena perpetua por homicidio y otros delitos relacionados a la violencia, cuenta como se inició en la vida del crimen: - Todo inicio con un lápiz. Era muy pobre y no teníamos las posibilidades de tener cosas nuevas, entonces un día tomé un lápiz de un compañero de estudio. Lo llevé a casa. Mi madre sabía que nunca podríamos tenerlo, sin embargo, en lugar de pedir que lo regresara, me motivó, con su silencio, a seguir haciéndolo. Luego fueron cuadernos, libros, dinero. Hasta lo que hoy soy. Un delincuente. Un convicto. -Por eso soy lo que soy-. ¡Si sólo hubiera sido corregido al inicio! Esto no habría pasado. En lugar de ser juzgado por la muerte de mi madre. Yo podría ser un hombre de bien- ¡Si sólo me hubiera corregido!
Es por eso que Dios no puede quedarse callado con nuestro mal proceder. Nos ama tanto que nos disciplina. Quiere retarnos para que cambiemos. Impone su mano dura para que regresemos a Su Presencia.
“Han olvidado ya lo que Dios les aconseja como a hijos suyos. Dice en la Escritura: «No desprecies, hijo mío, la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a quien él ama, y castiga a aquel a quien recibe como hijo.» Hebreos 12:5-6.
Israel, su pueblo escogido, fue un claro ejemplo de ello. Dios les hizo promesas, pero aplicaba castigos. Debido a su rebeldía, al hacer un becerro de oro, como su nuevo Dios pasaron 40 años en el desierto. En el tiempo de los jueces donde “cada quién hacía lo que mejor le parecía” Dios disciplina su mal proceder. 70 años en el exilio en Babilonia, porque no atendieron la voz de Dios, que le enviaba profetas a decirles que cambiarán su conducta, pero nunca los escucharon. Siempre fue claro y preciso. Señaló sus desaciertos. Su doble moral, su mediocridad espiritual. Su búsqueda de ídolos. Su rechazo de Dios.
“Buscad lo bueno, y no lo malo, para que viváis; porque así Jehová Dios de los ejércitos estará con vosotros, como decís. Aborreced el mal, y amad el bien, y estableced la justicia en juicio; quizá Jehová Dios de los ejércitos tendrá piedad del remanente de José.” Amós 5:14
Y Cristo lo hace igual con su Iglesia. Su novia. Le pide santidad. Sin mancha sin arruga. Pide que deje las medias tintas y se entregue a plenitud. Nos pide tomar la cruz y seguirlo. No importando si se cumplen sus promesas de abundancia. Sus promesas de sanidad. Nos quiere corregir.
En el mensaje a la iglesia de Laodicea lo deja bien claro: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” Apocalipsis 3:15-17
Nos hace ver nuestra condición actual. Nos engañan las luces del éxito. El dinero en nuestra bolsa nos hace creer que nuestra caminar con Dios es el correcto, pero, muchas veces no es así. Creemos que una casa y un refrigerador lleno son constancias de que estamos haciendo las cosas bien. Pero a veces estamos lejos. Vivimos “light”. Criticamos lo que nos parece anticuado y muy “santurrón”. Nuestras opiniones no son las mismas de cuando conocimos al Señor. Nos parece muy pesada la carga y hasta lo vemos como algo fastidioso e innecesario.
“En cambio, ustedes me ofenden, pues piensan que mi altar, que es mi mesa, puede ser despreciado, y que es despreciable la comida que hay en él. Ustedes dicen: “¡Ya estamos cansados de todo esto!” Y me desprecian. Y todavía suponen que voy a alegrarme cuando vienen a ofrecerme un animal robado, o una res coja o enferma.” Malaquías 1:12-13
Por eso nos convertimos en infelices y vagabundos, no tenemos un rumbo definido, seguimos sirviendo por la costumbre y porque no tenemos más que hacer. La iglesia se nos convierte en el club al que pertenecemos por tradición o porque mi familia es parte de él. Somos necesitados de amor. Ya no vivimos de la riqueza de Su Presencia, sino que mendingamos oraciones de los demás. No vemos lo que Dios hace por nosotros, vamos ciegos al precipicio de nuestra chatura espiritual y nos hemos quitado las ropas reales dadas por Dios, por despojos de “éxito” que nos ofrece el mundo.
Es por ello, la importancia de la Palabra. Nos corrige. No huyas buscando respuestas. Observa tu vida en la Palabra y toma las acciones correctivas antes que caigas en la corrección del Señor o como dicen: “empecemos a pagar la factura”, ya que como dice su Palabra:
“Por eso te aconsejo que de mí compres oro refinado en el fuego, para que seas realmente rico; y que de mí compres ropa blanca para vestirte y cubrir tu vergonzosa desnudez, y una medicina para que te la pongas en los ojos y veas. Yo reprendo y corrijo a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y vuélvete a Dios.” Apocalipsis 3:18-19
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