“Entrad por sus puertas con acción de
gracias, Por sus atrios con alabanza; Alabadle,
bendecid su nombre.” Salmos 100:4
«Dos hombres fueron al templo
a orar. Uno de ellos era fariseo y el otro era cobrador de impuestos.» Puesto
de pie, el fariseo oraba así: “Dios, te doy gracias porque no soy como los
demás hombres. Ellos son ladrones y malvados, y engañan a sus esposas con otras
mujeres.
¡Tampoco soy como ese cobrador
de impuestos!
Yo ayuno dos veces por semana
y te doy la décima parte de todo lo que
gano.”
El cobrador de impuestos, en
cambio, se quedó un poco más atrás. Ni siquiera se atrevía a levantar la mirada
hacia el cielo, sino que se daba golpes en el pecho y decía:
“¡Dios, ten compasión de mí,
y perdóname por todo lo malo que he hecho!”
Cuando terminó de contar
esto, Jesús les dijo a aquellos hombres: «Les aseguro que, cuando el cobrador
de impuestos regresó a su casa, Dios ya lo había perdonado; pero al fariseo no.
Porque los que se creen más importantes que los demás, son los menos valiosos
para Dios. En cambio, los más importantes para Dios son los humildes.» Sn.
Lucas 18:10-14 TLA
Los dos hombres fueron
invitados a entrar en la Presencia de Dios. Ambos colocaron sus prioridades
delante de su Señor. Cada uno tenía su motivación, recibiendo la respuesta a su
oración. Uno quería congraciarse con Él, el publicano quería ganar su corazón.
Uno quería poner sus obras, él otro quería abrir su corazón; uno se sentía
digno y orgulloso de sus logros personales; el recaudador sabía que tenía una
sola oportunidad de humillar su corazón y que la Misericordia hiciera su parte.
Cada oración nos habla
de lo que había en cada corazón. Mientras el fariseo dio un portazo en la
puerta del Cielo, el cobrador de impuestos, entró sigilosamente ante Dios a
exponer sus necesidades. Observe:
Oración del Fariseo
a) Llena de orgullo:
“…Dios,
te doy gracias porque no soy como los demás hombres.”
La soberbia tiene sus
propios estándares. Los pecados ajenos siempre son mayores a los nuestros. Dios
necesita de nosotros. La perfección hecha a mano. Nosotros como el sello de la
creación de Dios. Orgullosos de nuestra humildad. Sin embargo, nuestra
integridad cuelga de un pequeño hilo a punto de romperse. Nuestra intimidad
tiene el mismo olor al basurero municipal. El orgullo es lo más aborrecible
delante de Dios, de hecho, el fariseo tenía que haber leído este versículo:
“Dios mío, tú estás en el cielo, pero cuidas de la gente humilde; en cambio, a los orgullosos
los mantienes alejados de ti.”
Salmos 138:6
Desde ese momento el
fariseo perdió la conexión directa. Prefirió ufanarse de sus éxitos que entrar
y conversar con su Padre. Perdió la oportunidad de encontrase con su Dios.
b) Llena de Necesidad
de atención“…Ellos son ladrones y
malvados, y engañan a sus esposas con otras mujeres…¡Tampoco soy como ese
cobrador de impuestos! ”
El fariseo creyó que
al decir estas palabras Dios se paró de su trono y empezó a ser reverencias y
aplaudir que había un hombre consagrado y puro. Pensó que no tomar cosas ajenas
era suficiente, que no tener otra esposa iba más allá del límite. Sin embargo,
surgen las preguntas ¿cuántas veces vio a una mujer con lujuria?, ¿cuántas
veces deseó el ministerio, casa o bendiciones de otro?
No hay nada peor que
necesitar atención y compararse con otros. Dios no nos compara con nadie. No
necesita nuestras justificaciones. Nuestras mejores acciones son como el
trapeador de la casa. Lo puedes lavar, pero jamás lo ocuparías para colocarlo
en la mesa de tu casa. “Aun nuestras
mejores obras son como un trapo sucio; hemos caído como hojas secas, y nuestros pecados nos arrastran como el viento.” Isaías
64:6 TLA.
No te
presentes ante Dios mostrando tus mejores cartas. Muéstrate delante de él, tal
y como eres. Él no sólo te limpiará. Él te renovará.
c) Llena de falsa
espiritualidad: “…Yo ayuno dos veces por semana…”
La falsa
espiritualidad se disfraza de religión. Más reglas que gracia. Más disciplina
que misericordia. Más justicia que amor. Cumplir los mandamientos y normas es
lo principal. Pero cumplir por cumplir, hacer por hacer. Se mira como una
obligación más que como una muestra de amor y adoración. Sino cumples te
condenas, sino haces lo que correcto te enfrentarás al castigo. El resultado
final es amargura, tristeza y lejanía con Dios.
Martín Lutero lo
experimentó. Por más que se esforzará, su integridad no lo hacía sentir más
cerca de Dios. Por más dolor que experimentaba en el monasterio y sus prácticas
ascéticas, Dios se convertía más en su enemigo. No fue hasta que entendió que
Cristo hizo los méritos y él debía confesar, arrepentirse y seguirlo. Fue hasta
ese momento que se convirtió de un religioso a un verdadero discípulo de Jesús.
La religiosidad
siempre te llevará a sentirte más que los demás, pero lejos de Dios. No llegues
antes Dios solo por cumplir con el ritual. Sólo por salir del compromiso.
Preséntate ante Él con tu mejor ofrenda y con el corazón más sincero posible y
verás que tu alma se llenará de paz.
“!!Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque
limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de
robo y de injusticia.” Mateo 23:25 RVR1960
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