“Perdónanos nuestros pecados, porque también
nosotros perdonamos a todos los que nos han hecho mal. No nos expongas a la
tentación.” Sn. Lucas 11:4
Todos necesitamos perdonar y pedir perdón. Un día, en un periódico, apareció una
nota en la que un padre invita a su hijo Pedro a reconciliarse con él. El
anuncio decía algo así: “Querido Pedro, estoy muy cercano a morir y quería
pedirte perdón. Por mi orgullo en estos últimos años no he compartido tus
momentos más felices y tampoco he estado presente cuando has necesitado
consuelo. Aunque tarde, me gustaría decirte que te quiero y, sobre todo, que me
perdones.
Te espero este sábado en el parque a las ocho de la
mañana. Te quiero mucho. Tu papá”.
¿Te imagina lo que sucedió? El sábado a las ocho de
la mañana. Había más de 100 “Pedros” esperando encontrar a su papá.
Cómo hombre debemos ser capaces de enmendar
nuestros errores, ordenar lo que hemos desordenado, de tratar de reconciliarnos
con aquellos que le hemos mal. El perdón es la medicina que todo corazón
necesita para ser sanado y limpiado. Muchos de los hijos tienen un mal
comportamiento porque desean que el padre se dé cuenta que ellos existen y
necesitan perdonarlos por algún detalle. Es así, que como padres debemos estar
atentos y vencer el miedo a acercarnos a nuestros hijos o esposa y pedir perdón
por un error. Puede ser un castigo mal aplicado, no entregar el tiempo
necesario, infidelidad, entre otras. Esas palabras pueden cambiar la vida de
esa persona.
Es probable que su hijo tenga su propia familia,
este en el exterior o esté empezando a tomar vuelo. Puede ser un pequeño niño.
No importa. Lo importante es enmendar. El perdón nos ayuda a corregir el rumbo
que ha llevado a una relación familiar a deteriorarse. El perdón es capaz de
tomar algo destruido y reconstruirlo para vuelva a empezar. Las heridas
estarán, pero ya no estarán sangrantes. El dolor será cambiado por la sanidad
del corazón.
El pedir perdón es de valientes, porque no
sólo requiere decirlo, sino que necesita transformarla el comportamiento y las
actitudes, lo que lleva mucho tiempo y paciencia, pues es necesario recuperar
la confianza de aquella persona a la que le fallamos. Pero esto debe ser el
impulso para dedicarse con todo el corazón a que cada día haya un proceso de
curación que devuelva la confianza entre ambas partes.
El pedir perdón es un proceso. Empieza con
corregir los errores pequeños, enfréntate a esas dificultades, cambia tu manera
de ser. Admite tu responsabilidad, acércate a la persona y solicita el perdón y
trata de cambiar tu mala acción. Esto hará que el perdón sea más fuerte y
duradero.
El pedir perdón debe ser transparente. No ofrezcas
disculpas, requiere que la otra persona te perdone y trata de reparar el
problema causado. No lo hagas solo por hacerlo, debes ser genuino para que cada
día haya una sanidad en ese proceso.
En ocasiones no habrá respuesta de la otra persona,
en otras circunstancias no habrá perdón. Sin embargo, lucha por demostrar tu
arrepentimiento genuino y rectifica tus acciones. Esto hará darse cuenta a los
demás que lo que tú le has pedido es sincero.
Asimismo, debemos ser capaces de perdonar.
Jesús nos dio una enseñanza clara sobre el perdón cuando contó la parábola de
los dos deudores:
“Por esto, sucede con el reino de los cielos como con un rey que
quiso hacer cuentas con sus funcionarios.
Estaba comenzando a hacerlas cuando le presentaron a uno que
le debía muchos millones. Como aquel funcionario no
tenía con qué pagar, el rey ordenó que lo vendieran como esclavo, junto con su
esposa, sus hijos y todo lo que tenía, para que quedara pagada la deuda.
El funcionario se arrodilló delante del rey, y le rogó: “Tenga
usted paciencia conmigo y se lo pagaré todo.” Y el rey
tuvo compasión de él; así que le perdonó la deuda y lo puso en libertad.
»Pero
al salir, aquel funcionario se encontró con un compañero suyo que le debía una
pequeña cantidad. Lo agarró del cuello y comenzó a estrangularlo, diciéndole:
“¡Págame lo que me debes!”
El compañero, arrodillándose delante de él, le rogó: “Ten
paciencia conmigo y te lo pagaré todo.”
Pero el otro no quiso, sino que lo hizo meter en la cárcel
hasta que le pagara la deuda. Esto dolió mucho a los
otros funcionarios, que fueron a contarle al rey todo lo sucedido. Entonces el rey lo mandó llamar, y le dijo: “¡Malvado! Yo te perdoné
toda aquella deuda porque me lo rogaste. Pues tú
también debiste tener compasión de tu compañero, del mismo modo que yo tuve
compasión de ti.” Y tanto se enojó el rey, que ordenó
castigarlo hasta que pagara todo lo que debía.” Sn. Mateo 18:23-35 DHH
Podrían existir muchas
enseñanzas de esta historia, pero tomaremos una de ellas. Saber perdonar. Todos tenemos la capacidad de pedir perdón,
insistiendo en la misericordia y en la gracia, pero muy pocos somos capaces de ser
compasivos con aquellos que nos han hecho algún mal, aquellos que necesitan un
poco de comprensión y apoyo para lograr cambiar.
Una de las razones que favorece a esto es nuestro amor propio,
llamada también soberbia u orgullo. Ya que podemos pensar: “yo merezco que me
perdonen pero nadie se merece mi perdón.”, “La herida que he causado no es tan
grave como las que me suceden o me han hecho.”, Sin embargo, esto es una
falsedad, el perdonar no tiene escalas ni jerarquías, simplemente es un acto
donde somos capaces de ser valientes y darle la mano al que nos traicionó, al
esposo o a la esposa infiel, al que nos mintió, logrando salir de la prisión o
cueva que nos hemos enclaustrado. Recuperando la vida y no olvidando, pero sí,
se logrará recordar sin dolor.
Saber perdonar es dar otra oportunidad sin cláusulas ni
restricciones.
Decir un “te perdono” sin más, sin menos. Sin más palabras, sin pedir
garantías. Es comenzar de cero y ayudarle al ofensor a mejorar sus actitudes
cada día. Acompañarlo a salir de la vergüenza y encaminarlo nuevamente a que
exista una relación afable, logrando que exista confianza en ser mejores cada
día.
Saber perdonar es saber curar la herida. Los seres humanos herimos y nos hieren con una facilidad
asombrosa. Desde un sobrenombre hasta un abuso sexual, una broma pesada hasta
quitarnos algo preciado, son actos que impactan negativamente a una persona.
Por lo tanto, es necesario saber que ungüento aplicar para continuar con el
proceso de sanidad. Bernard Meltzer dijo: "Cuando perdonamos no estamos cambiando el
pasado, pero sí el futuro", La herida puede ser grande o pequeña a nuestro
parecer, pero nosotros debemos decidir cuánto tiempo permanecerá sin
tratamiento. El Salmos 147:3 nos dice: “Él (Dios) sana a los que tienen roto el corazón, y les venda las heridas.”
Saber perdonar es un acto de fe. La fe es ver las
cosas que no son como si fuesen. En ese sentido, el perdón que damos se
sustenta no en las acciones de los demás para darnos a entender que quieren
cambiar, simplemente es confiar que las cosas mejorarán. Mira el pasado, no
para encerrarse y caminar nuevamente por él, sino lo ve con optimismo de que lo
que aprendió de ese momento difícil, le servirá para afrontar el futuro con
valentía. José entendió este principio: “Ustedes pensaron
hacerme mal, pero Dios cambió ese mal en bien para hacer lo que hoy vemos: para
salvar la vida de mucha gente.” Génesis 50:20 DHH
Así que, como
hombres nos toca perdonar y pedir perdón. Es un acto de coraje en la que
despojamos de su poder a la amargura y empoderamos a la reconciliación. Cada
vez que nos encontremos en una encrucijada para saber perdonar o pedir perdón,
vuelva a ver a la cruz. Allí se consumó el acto más maravilloso de perdón,
donde Dios se despojó de todo y tendió el puente para que aquellos que por
nuestro deseo nos habíamos apartado de Él, nos dio una oportunidad de
acercarnos y despojarnos de la vergüenza, temor y desesperanza y nos quitó
nuestros pecados y como dijo el profeta Isaías: “Pero yo, que soy tu Dios, borraré todos tus pecados y no me acordaré
más de todas tus rebeldías.” Isaías 43:25 DHH
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