Las promesas. Según los
estudiosos del hebreo antiguo, no existió una palabra que delimitará el
concepto de ésta en el Antiguo Testamento. Sin embargo, en cada una de sus
páginas está delineada en cada acción de Dios. Él combina los conceptos de
pacto y cumplimiento, resumiéndola en esas siete letras. El Creador haciendo una
alianza con su creación. El Dueño del universo emite un compromiso. El Rey de
reyes hace un juramento inquebrantable. Se obliga a sí mismo a amarnos. Miles
de ejemplos, donde el hombre es el receptor. Donde las habilidades, conocimientos
y autoridad del hombre no son el fruto del pacto. No es el amor que le tenemos
lo que nos hace recibir. Es simplemente su Gracia.
A David le dijo: “A
David le hice una promesa, y juro por mí mismo que la cumpliré.”
Salmos 89:35 TLA.
Abraham recibió estas palabras: “—El
Señor dice: Ya que me has obedecido y no me has negado ni siquiera a tu
hijo, tu único hijo, juro por mi nombre que ciertamente
te bendeciré. Multiplicaré tu descendencia hasta que sea incontable, como las
estrellas del cielo y la arena a la orilla del mar. Tus descendientes
conquistarán las ciudades de sus enemigos;” Génesis 22:16-17 NTV
A Israel le explicó su promesa:
“Ustedes son un pueblo especial. Dios los
eligió de entre todas las naciones del mundo, para que fueran su pueblo
preferido. Pero si Dios los prefirió, no fue por ser ustedes un pueblo muy
importante. Al contrario, eran el pueblo más insignificante de todos. Si Dios los liberó de la esclavitud en Egipto, fue porque los ama. Con su gran poder
derrotó al rey de Egipto, y así cumplió
su promesa a nuestros antepasados.” Deuteronomio 6:6-8 TLA
A nosotros (si, nosotros) nos
dedicó estas bellas palabras: “Pues Dios amó tanto al mundo
que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que
tenga vida eterna.” Sn. Juan 3:16 NTV
Observe con atención. ¿Qué hizo
David para recibir estas palabras, que fuera tan especial? , ¿y Abraham? , ¿e
Israel? , ¿y nosotros?. Simplemente hay una palabra que está tácita o abierta
en cada cita. Amor. Amor. Amor. Vuelvo al pensamiento anterior. Es Dios
buscando al hombre. Dios entregando su amor. Dios prometiendo. Dios jurando.
Dios hablando. Dios actuando y el hombre siendo el sujeto pasivo de cada
oración, de cada acto. No somos merecedores. Así que sólo recibe su promesa y
camina con integridad hacia ella. Recuerda: “Dios
no es un hombre, por lo tanto, no miente. Él no es humano, por lo tanto, no
cambia de parecer. ¿Acaso alguna vez habló sin actuar? ¿Alguna vez prometió sin
cumplir?” Números 23:19 NTV
Promesa
No. 4:
“pero recibirán poder cuando el
Espíritu Santo descienda sobre ustedes; y serán mis testigos, y le hablarán a
la gente acerca de mí en todas partes: en Jerusalén, por toda Judea, en Samaria
y hasta los lugares más lejanos de la tierra.” Hechos 1:8 NTV
La promesa que cambió la historia de la humanidad.
Donde las puertas del cielo se abrieron de par en par. El sacrificio estaba
hecho. Jesús cumplió la Ley. Todos los decretos de muerte se clavaron en la
cruz y fuimos salvos. Pero en estas palabras llegó la salvación a toda la
humanidad. Poder. Un poder divino. El Espíritu Santo operativizando el plan de
Dios. No hablo de caídas, ni de lenguas estrambóticas. Este versículo promete
poder de lo Alto. Algo nunca antes visto. Cojos sanados en una frase. Enfermos
sanados por la sombra de un hombre de Dios. Maravillas a diestra y siniestra. Ocho
mil personas convertidas en apenas dos sermones. Un perseguidor convertido en
uno de los mayores exponentes del evangelio. Gratitud en la persecución. Pasión
en medio del dolor. Determinación en la huida. Las buenas nuevas llegaron a los
oídos que lo necesitaban. Llegó a millones de corazones y gracias a ello, se
cumplió la palabra: “hasta lo último de la tierra…”
Ese es el poder prometido. En un mundo sin
sentido, el Espíritu Santo nos ofrece su guía, consuelo y autoridad.
Lastimosamente le tememos acercarnos a ese poder. No oramos. No adoramos. Por
eso ese poder sigue buscando corazones deseosos y ardientes. Busca esos nuevos
Luteros, Wesleys, Huss, Wilkersons y muchos más. Que entendieron que ese poder
salva. Ese poder es para compartir el evangelio. Ese poder para mostrar que su
Espíritu sigue obrando hoy con el mismo poder.
Nos quita el miedo a decirle pecado a la
homosexualidad, hedonismo y relativismo. Nos da denuedo para demostrarle al
mundo su necesidad de salvación. Nos hace enfrentarnos al infierno, de tal modo
que, toda obra del enemigo sea destruida. Nos identifica con una causa
victoriosa. Donde no hay quejas, no hay deserción. Donde los cautivos son
libres. Donde los menesterosos, se convierten en valientes. Donde los
necesitados se convierten en guerreros.
Ese es el poder del Espíritu Santo. Nos hace ser
testigos. Nos hace anunciar el evangelio. Le da vida a la Iglesia. Esa vida que
hemos perdido en los pasillos de la comodidad. Esa pasión disfrazada de reverencia. Ese amor que
perdimos por el acostumbramiento. Como le dijo Jesús a algunas de sus siete
iglesias: “Pero tengo
contra ti, que has dejado tu primer amor.”, “Yo conozco tus obras, que tienes
nombre de que vives, y estás muerto.” Y “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he
enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un
desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.”
Todos sabemos cómo se recibe
ese poder. Es el tiempo de tomar conciencia para retomarlo. No temamos. Ese
poder es genuino. No esperes grandes milagros. El mayor milagro es que cada vez
que hables de Él, habrá muchas conversiones.
Solo quiero recordar la
promesa: “…recibiréis poder…”, “…me seréis testigo…” Esa promesa sigue viva hoy y quiere avivar
nuestro corazón. Nunca olvide esto: “Y así como el agua llena los mares,
también la tierra se llenará de gente que reconocerá mi poder.” Habacuc 2:14
NTV
Promesa
No. 5:
“Les he dicho todo lo anterior para
que en mí tengan paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero
anímense, porque yo he vencido al mundo.” Sn. Juan 16:33 NTV.
Esta es una de las promesas inspiradoras. Victoria
en las pruebas. Éxito en la hecatombe. Estas palabras de Cristo están dichas en
los momentos más complicados de su vida. Judas, uno de sus discípulos está
dispuesto a entregarlo. Su sacrificio es la única forma de abrir las puertas de
la Vida Eterna. En medio de esa situación, Cristo ofrece unas bellas palabras:
Yo he vencido al mundo.
Es difícil hallar paz en medio del dolor. Paz en
un diagnóstico médico desalentador. En un funeral. En un abuso. Es parte de la
vida. Es parte de nuestro aprendizaje. La promesa de Dios no reside en el hecho
de quitarnos las espinas del camino. No implica darnos facilidades para tener
una vida cómoda. Como dice en el salmos 23:4, “Aunque ande en
valle de sombra de muerte,”. O en Isaías 43:2, “Cuando pases por las aguas, yo
estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego,
no te quemarás, ni la llama arderá en ti.” En todo momento implica acción.
Implica que debemos atravesar cada situación. Implica que lloraremos, dudaremos
y pediremos explicaciones. Pero en todo momento, Él estará allí.
Nos dará fuerzas. Pondrá a personas
en nuestro camino. Repondrá nuestras energías. Sanará el dolor. Nos conducirá
al valle de la fe. Colocará el dinero necesario. Reducirá nuestras necesidades.
Hará todo lo que encuentre en sus manos para darnos aliento y darnos la
victoria.
Así que si estamos en una
prueba. Sólo confía. Aunque parezca que no tiene sentido, que no merecemos el
dolor y la tristeza que estamos pasando, aférrate a esta promesa. No camines en
tu desierto con el poder de la lógica, paséate con la esperanza y la fe que ayer,
hoy y siempre Dios tiene el control.
Promesa
No. 6:
“Dios me contestó: «Yo soy el Dios de Israel. Si
te vuelves a mí, yo calmaré tu dolor y podrás de nuevo servirme. Si dejas de
hablar tonterías, y comienzas a anunciar lo que realmente vale la pena, entonces
tú serás mi profeta. No le hagas caso al pueblo; son ellos quienes deben
escucharte.” Jeremías 15:19 TLA
Hay promesas que no parecen que lo son. Esta es
una de ellas. Es una promesa poderosa acerca del llamado. Jeremías fue llamado
por Dios desde el vientre de su madre (Jeremías 1:5) pero al parecer se estaba
quejando que Dios no le daba las oportunidades, no se sentía protegido. Veía su
rectitud y no obtenía resultados. Estas son sus palabras:
“Todopoderoso
Dios de Israel,
cuando tú me hablaste,
tomé en serio tu mensaje.
Mi corazón se llenó de alegría
al escuchar tus palabras,
porque yo soy tuyo.
cuando tú me hablaste,
tomé en serio tu mensaje.
Mi corazón se llenó de alegría
al escuchar tus palabras,
porque yo soy tuyo.
Yo
no ando de fiesta en fiesta,
ni me interesa divertirme.
Prefiero estar solo, porque estoy contigo
y comparto tu odio por el pecado.
ni me interesa divertirme.
Prefiero estar solo, porque estoy contigo
y comparto tu odio por el pecado.
¿Por
qué tengo, entonces,
que sufrir este dolor constante?
¿Por qué no sanan mis heridas?
Realmente, me decepcionas;
eres, para mí, como un arroyo seco;
¡como una fuente sin agua!»” Jeremías 15:16-18 TLA
que sufrir este dolor constante?
¿Por qué no sanan mis heridas?
Realmente, me decepcionas;
eres, para mí, como un arroyo seco;
¡como una fuente sin agua!»” Jeremías 15:16-18 TLA
Muchas veces hay que leer entre líneas para
entender lo que un párrafo nos quiere decir. Jeremías parece que se está
justificando con Dios. Está transmitiendo su tristeza por no hacer lo que todos
hacen. Quiere dejarse llevar por la corriente. Está viendo que a los malos les
está yendo de maravilla y que Él no logra ningún cambio. Está queriendo seguir
a los demás. Está orgulloso de ser humilde. Está viviendo su santidad para sí y
no para Dios. En pocas palabras Jeremías ha sido inundado de sí mismo.
Dios le da tres promesas. Tres declaraciones que
son muy actuales. Esta palabra es para todos aquellos que seguimos a Dios y nos
sentimos tan bien por ser menos pecadores que otros. Mientras nuestro pecado no
quede descubierto, somos felices. Sin embargo, estamos más pendiente de lo que
sucede en el mundo, que siguiendo a nuestro Señor.
Dios le promete tres cosas:
1.
Renovar su llamado. “—Si regresas a mí te restauraré para que puedas continuar sirviéndome.”
Dios
le propone Jeremías revisar su vida, sacar conclusiones y ver donde quedó su
pasión. Al igual que la iglesia de Efeso, donde Cristo le dice: “Yo sé todo lo que haces; conozco tu duro
trabajo y tu constancia,” sin embargo ha perdido la pasión: “Pero tengo una cosa contra ti: que ya no
tienes el mismo amor que al principio.”
Parece
contradictorio. Cristo felicita el duro trabajo y constancia pero le imputa que
ha perdido su primer amor. Pero no hay incompatibilidad. Muchos veces hacemos
más, para parecer ocupados, pero ya no ha amor en ello. Nos quejamos de lo que
otros pueden hacer, pero no lo hacen y nos toca hacer a nosotros. Hay más
crítica y murmuración. Hay más amargura.
Hemos renunciado en el alma. Seguimos por conveniencia o para evitar
habladurías. Por eso Dios le dice al profeta que regrese. Que viva el mismo
deseo. Que vuelva al lugar secreto, donde Dios se revela y le cuenta sus más
anhelados sueños, donde hay una revelación fresca, donde la unción es sana.
Muchos necesitamos esta palabra. No debemos escudarnos en nuestro
profesionalismo. No debemos pretender saber qué hacer para que Dios descienda
en un servicio. Debemos dejarnos sorprender en nuestra intimidad.
Reconstruyamos nuestra intimidad y Dios no dudará en restituirnos en nuestro
llamado.
2. Cambiar
nuestra mente y palabras: “Si hablas palabras beneficiosas en vez de palabras
despreciables, serás mi vocero.”
Dios
le ofrece a Jeremías una transformación total. Ofrece cambiar su vocabulario.
En lugar de hablar amargura, tristeza y dolor le promete tener palabras de
vida. Cuando entramos a su Presencia siempre habrá algo que despojarnos. Moisés
se despojó de sus sandalias con amuletos. Israel entregó todos los recuerdos
sentimentales de Egipto. Siempre nuestro pecado quedará expuesto. Ante su
Presencia siempre nuestro gris se verá negro. Isaías fue tocado por carbones
que limpiaron sus labios. Dios transformó sus palabras y lo llevó a ser un
profeta fiel.
Así
que está promesa no pide despojarnos. Siempre hay algo que no nos deja ser
fieles. Cuando lo entregamos, Dios nos hace su Socio.
3.
Una
nueva naturaleza: Tienes que influir en ellos; ¡no dejes que ellos influyan en ti!
El
poder de Dios es el que nos da influencia. Cuando se camina en contrasentido,
el principio será doloroso. Habrá crítica. Habrá oposición. Luego se darán
cuenta que no es algo normal y se sentirán retados. Al final, se preguntarán
cómo se puede lograr. Este mundo necesita esa influencia positiva. No de
promesas llenas de alivio, sino de reto. El que hizo Cristo y que marca la
diferencia entre un seguidor y un discípulo: “Y decía a
todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su
cruz cada día, y sígame.” Lucas 9:23 RVR1960.
Así que la promesa está allí. Renovar nuestro
llamado. Transformar nuestra vida e influenciar nuestro entorno. Si queremos
está promesa debemos de entregar lo que nos ata, ser fieles y renovar nuestro
pensamiento, entrando a Su Presencia buscando su rostro y no sus manos.
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