12 Promesas de Dios que Jamás debes Olvidar (Parte No. 2)




Las promesas. Según los estudiosos del hebreo antiguo, no existió una palabra que delimitará el concepto de ésta en el Antiguo Testamento. Sin embargo, en cada una de sus páginas está delineada en cada acción de Dios. Él combina los conceptos de pacto y cumplimiento, resumiéndola en esas siete letras. El Creador haciendo una alianza con su creación. El Dueño del universo emite un compromiso. El Rey de reyes hace un juramento inquebrantable. Se obliga a sí mismo a amarnos. Miles de ejemplos, donde el hombre es el receptor. Donde las habilidades, conocimientos y autoridad del hombre no son el fruto del pacto. No es el amor que le tenemos lo que nos hace recibir. Es simplemente su Gracia.

A David le dijo: “A David le hice una promesa, y juro por mí mismo que la cumpliré.” Salmos 89:35 TLA.
Abraham recibió estas palabras: “—El Señor dice: Ya que me has obedecido y no me has negado ni siquiera a tu hijo, tu único hijo, juro por mi nombre que  ciertamente te bendeciré. Multiplicaré tu descendencia hasta que sea incontable, como las estrellas del cielo y la arena a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos;” Génesis 22:16-17 NTV
A Israel le explicó su promesa: “Ustedes son un pueblo especial. Dios los eligió de entre todas las naciones del mundo, para que fueran su pueblo preferido. Pero si Dios los prefirió, no fue por ser ustedes un pueblo muy importante. Al contrario, eran el pueblo más insignificante de todos.  Si Dios los liberó de la esclavitud en Egipto, fue porque los ama. Con su gran poder derrotó al rey de Egipto, y así cumplió su promesa a nuestros antepasados.” Deuteronomio 6:6-8 TLA
A nosotros (si, nosotros) nos dedicó estas bellas palabras: Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.” Sn. Juan 3:16 NTV

Observe con atención. ¿Qué hizo David para recibir estas palabras, que fuera tan especial? , ¿y Abraham? , ¿e Israel? , ¿y nosotros?. Simplemente hay una palabra que está tácita o abierta en cada cita. Amor. Amor. Amor. Vuelvo al pensamiento anterior. Es Dios buscando al hombre. Dios entregando su amor. Dios prometiendo. Dios jurando. Dios hablando. Dios actuando y el hombre siendo el sujeto pasivo de cada oración, de cada acto. No somos merecedores. Así que sólo recibe su promesa y camina con integridad hacia ella. Recuerda: Dios no es un hombre, por lo tanto, no miente. Él no es humano, por lo tanto, no cambia de parecer. ¿Acaso alguna vez habló sin actuar? ¿Alguna vez prometió sin cumplir?” Números 23:19 NTV

Promesa No. 4:
“pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes; y serán mis testigos, y le hablarán a la gente acerca de mí en todas partes: en Jerusalén, por toda Judea, en Samaria y hasta los lugares más lejanos de la tierra.” Hechos 1:8 NTV

La promesa que cambió la historia de la humanidad. Donde las puertas del cielo se abrieron de par en par. El sacrificio estaba hecho. Jesús cumplió la Ley. Todos los decretos de muerte se clavaron en la cruz y fuimos salvos. Pero en estas palabras llegó la salvación a toda la humanidad. Poder. Un poder divino. El Espíritu Santo operativizando el plan de Dios. No hablo de caídas, ni de lenguas estrambóticas. Este versículo promete poder de lo Alto. Algo nunca antes visto. Cojos sanados en una frase. Enfermos sanados por la sombra de un hombre de Dios. Maravillas a diestra y siniestra. Ocho mil personas convertidas en apenas dos sermones. Un perseguidor convertido en uno de los mayores exponentes del evangelio. Gratitud en la persecución. Pasión en medio del dolor. Determinación en la huida. Las buenas nuevas llegaron a los oídos que lo necesitaban. Llegó a millones de corazones y gracias a ello, se cumplió la palabra: “hasta lo último de la tierra…”

Ese es el poder prometido. En un mundo sin sentido, el Espíritu Santo nos ofrece su guía, consuelo y autoridad. Lastimosamente le tememos acercarnos a ese poder. No oramos. No adoramos. Por eso ese poder sigue buscando corazones deseosos y ardientes. Busca esos nuevos Luteros, Wesleys, Huss, Wilkersons y muchos más. Que entendieron que ese poder salva. Ese poder es para compartir el evangelio. Ese poder para mostrar que su Espíritu sigue obrando hoy con el mismo poder.

Nos quita el miedo a decirle pecado a la homosexualidad, hedonismo y relativismo. Nos da denuedo para demostrarle al mundo su necesidad de salvación. Nos hace enfrentarnos al infierno, de tal modo que, toda obra del enemigo sea destruida. Nos identifica con una causa victoriosa. Donde no hay quejas, no hay deserción. Donde los cautivos son libres. Donde los menesterosos, se convierten en valientes. Donde los necesitados se convierten en guerreros.

Ese es el poder del Espíritu Santo. Nos hace ser testigos. Nos hace anunciar el evangelio. Le da vida a la Iglesia. Esa vida que hemos perdido en los pasillos de la comodidad. Esa pasión  disfrazada de reverencia. Ese amor que perdimos por el acostumbramiento. Como le dijo Jesús a algunas de sus siete iglesias: Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor.”, “Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto.” Y “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.”

Todos sabemos cómo se recibe ese poder. Es el tiempo de tomar conciencia para retomarlo. No temamos. Ese poder es genuino. No esperes grandes milagros. El mayor milagro es que cada vez que hables de Él, habrá muchas conversiones.

Solo quiero recordar la promesa: “…recibiréis poder…”, “…me seréis testigo…”  Esa promesa sigue viva hoy y quiere avivar nuestro corazón. Nunca olvide esto: Y así como el agua llena los mares, también la tierra se llenará de gente que reconocerá mi poder.” Habacuc 2:14 NTV

Promesa No. 5:
“Les he dicho todo lo anterior para que en mí tengan paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo.” Sn. Juan 16:33 NTV.

Esta es una de las promesas inspiradoras. Victoria en las pruebas. Éxito en la hecatombe. Estas palabras de Cristo están dichas en los momentos más complicados de su vida. Judas, uno de sus discípulos está dispuesto a entregarlo. Su sacrificio es la única forma de abrir las puertas de la Vida Eterna. En medio de esa situación, Cristo ofrece unas bellas palabras: Yo he vencido al mundo.

Es difícil hallar paz en medio del dolor. Paz en un diagnóstico médico desalentador. En un funeral. En un abuso. Es parte de la vida. Es parte de nuestro aprendizaje. La promesa de Dios no reside en el hecho de quitarnos las espinas del camino. No implica darnos facilidades para tener una vida cómoda. Como dice en el salmos 23:4, “Aunque ande en valle de sombra de muerte,”. O en Isaías 43:2, “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.” En todo momento implica acción. Implica que debemos atravesar cada situación. Implica que lloraremos, dudaremos y pediremos explicaciones. Pero en todo momento, Él estará allí.

Nos dará fuerzas. Pondrá a personas en nuestro camino. Repondrá nuestras energías. Sanará el dolor. Nos conducirá al valle de la fe. Colocará el dinero necesario. Reducirá nuestras necesidades. Hará todo lo que encuentre en sus manos para darnos aliento y darnos la victoria.

Así que si estamos en una prueba. Sólo confía. Aunque parezca que no tiene sentido, que no merecemos el dolor y la tristeza que estamos pasando, aférrate a esta promesa. No camines en tu desierto con el poder de la lógica, paséate con la esperanza y la fe que ayer, hoy y siempre Dios tiene el control.

Promesa No. 6:
“Dios me contestó: «Yo soy el Dios de Israel. Si te vuelves a mí, yo calmaré tu dolor y podrás de nuevo servirme. Si dejas de hablar tonterías, y comienzas a anunciar lo que realmente vale la pena, entonces tú serás mi profeta. No le hagas caso al pueblo; son ellos quienes deben escucharte.” Jeremías 15:19 TLA

Hay promesas que no parecen que lo son. Esta es una de ellas. Es una promesa poderosa acerca del llamado. Jeremías fue llamado por Dios desde el vientre de su madre (Jeremías 1:5) pero al parecer se estaba quejando que Dios no le daba las oportunidades, no se sentía protegido. Veía su rectitud y no obtenía resultados. Estas son sus palabras:

“Todopoderoso Dios de Israel,
cuando tú me hablaste,
tomé en serio tu mensaje.
Mi corazón se llenó de alegría
al escuchar tus palabras,
porque yo soy tuyo.
Yo no ando de fiesta en fiesta,
ni me interesa divertirme.
Prefiero estar solo, porque estoy contigo
y comparto tu odio por el pecado.

¿Por qué tengo, entonces,
que sufrir este dolor constante?
¿Por qué no sanan mis heridas?
Realmente, me decepcionas;
eres, para mí, como un arroyo seco;
¡como una fuente sin agua!»” Jeremías 15:16-18 TLA

Muchas veces hay que leer entre líneas para entender lo que un párrafo nos quiere decir. Jeremías parece que se está justificando con Dios. Está transmitiendo su tristeza por no hacer lo que todos hacen. Quiere dejarse llevar por la corriente. Está viendo que a los malos les está yendo de maravilla y que Él no logra ningún cambio. Está queriendo seguir a los demás. Está orgulloso de ser humilde. Está viviendo su santidad para sí y no para Dios. En pocas palabras Jeremías ha sido inundado de sí mismo.

Dios le da tres promesas. Tres declaraciones que son muy actuales. Esta palabra es para todos aquellos que seguimos a Dios y nos sentimos tan bien por ser menos pecadores que otros. Mientras nuestro pecado no quede descubierto, somos felices. Sin embargo, estamos más pendiente de lo que sucede en el mundo, que siguiendo a nuestro Señor.

Dios le promete tres cosas:
    1.   Renovar su llamado. “—Si regresas a mí te restauraré para que puedas continuar sirviéndome.”
Dios le propone Jeremías revisar su vida, sacar conclusiones y ver donde quedó su pasión. Al igual que la iglesia de Efeso, donde Cristo le dice: “Yo sé todo lo que haces; conozco tu duro trabajo y tu constancia,” sin embargo ha perdido la pasión: “Pero tengo una cosa contra ti: que ya no tienes el mismo amor que al principio.”

Parece contradictorio. Cristo felicita el duro trabajo y constancia pero le imputa que ha perdido su primer amor. Pero no hay incompatibilidad. Muchos veces hacemos más, para parecer ocupados, pero ya no ha amor en ello. Nos quejamos de lo que otros pueden hacer, pero no lo hacen y nos toca hacer a nosotros. Hay más crítica y murmuración. Hay más amargura.  Hemos renunciado en el alma. Seguimos por conveniencia o para evitar habladurías. Por eso Dios le dice al profeta que regrese. Que viva el mismo deseo. Que vuelva al lugar secreto, donde Dios se revela y le cuenta sus más anhelados sueños, donde hay una revelación fresca, donde la unción es sana. Muchos necesitamos esta palabra. No debemos escudarnos en nuestro profesionalismo. No debemos pretender saber qué hacer para que Dios descienda en un servicio. Debemos dejarnos sorprender en nuestra intimidad. Reconstruyamos nuestra intimidad y Dios no dudará en restituirnos en nuestro llamado.

    2.   Cambiar nuestra mente y palabras: “Si hablas palabras beneficiosas en vez de palabras despreciables, serás mi vocero.”
Dios le ofrece a Jeremías una transformación total. Ofrece cambiar su vocabulario. En lugar de hablar amargura, tristeza y dolor le promete tener palabras de vida. Cuando entramos a su Presencia siempre habrá algo que despojarnos. Moisés se despojó de sus sandalias con amuletos. Israel entregó todos los recuerdos sentimentales de Egipto. Siempre nuestro pecado quedará expuesto. Ante su Presencia siempre nuestro gris se verá negro. Isaías fue tocado por carbones que limpiaron sus labios. Dios transformó sus palabras y lo llevó a ser un profeta fiel.

Así que está promesa no pide despojarnos. Siempre hay algo que no nos deja ser fieles. Cuando lo entregamos, Dios nos hace su Socio.

     3.   Una nueva naturaleza: Tienes que influir en ellos; ¡no dejes que ellos influyan en ti!
El poder de Dios es el que nos da influencia. Cuando se camina en contrasentido, el principio será doloroso. Habrá crítica. Habrá oposición. Luego se darán cuenta que no es algo normal y se sentirán retados. Al final, se preguntarán cómo se puede lograr. Este mundo necesita esa influencia positiva. No de promesas llenas de alivio, sino de reto. El que hizo Cristo y que marca la diferencia entre un seguidor y un discípulo: “Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” Lucas 9:23 RVR1960.

Así que la promesa está allí. Renovar nuestro llamado. Transformar nuestra vida e influenciar nuestro entorno. Si queremos está promesa debemos de entregar lo que nos ata, ser fieles y renovar nuestro pensamiento, entrando a Su Presencia buscando su rostro y no sus manos.

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