12 Promesas de Dios que Jamás Debes Olvidar (Parte No. 4)



Empecé a escribir sobre las promesas con la esperanza de escribir un par de líneas para cada una de las doce promesas elegidas. Fallé. No es fácil resumir el optimismo, la inspiración y la fe que nos brindan las promesas de Dios. Al final de ser un pequeño post, se han convertido en 5 publicaciones (4, por el momento) que nos confirman que las promesas no tienen que ver con la prosperidad material o con confesión positiva, tienen que ver con conocer el corazón de Dios y lo que en verdad importa.

No importa nada más que Su Presencia. Importa provocar que los sueños dejen de serlo y que se conviertan en realidad. Las promesas van encaminadas a convertirnos en dependientes, no de sus obras, sino de su amor. Así que, este nuevo post, refleja dos nuevas promesas. Promesas al alcance de nuestra manos. Promesas con un firme cumplimiento.

Promesa No. 9:
“Sigue pidiendo y recibirás lo que pides; sigue buscando y encontrarás; sigue llamando, y la puerta se te abrirá.” Sn. Mateo 7:7 NTV

Esta es la promesa para los Obstinados. Para aquellos que insisten hasta la locura. Para los incómodos. Para aquellos que no conmueven por la lástima, sino que demuestran su valor a través de su determinación.

Así que si eres perezoso, no leas estás líneas (de hecho, creo que no lo harás). No es una promesa para ti. Para aquellos que procrastinan, para los que dejan a medias, será muy complicado entenderla. Porque muchas veces creemos que la fe es un botón con el que recibimos bendiciones de cualquier índole. Y esto no es así. Al leer bien, Hebreos 11:1 nos damos cuenta de lo siguiente:
Confiar en Dios es estar totalmente seguro de que uno va a recibir lo que espera. Es estar convencido de que algo existe, aun cuando no se pueda ver.”

Aquí habla que la fe nos hace estar seguro que se recibirá lo solicitado. Observemos que el verbo recibir está conjugado en tiempo futuro. Es decir, que hay un espacio entre la solicitud y la recepción que se llama espera. Es aquí donde se pule nuestra paciencia y donde nuestra determinación nos hace continuar asediando el Trono de Dios para conseguir lo que deseamos. Es aquí donde actúa la palabra sigue. En la versión Nueva Traducción Viviente, donde tomamos el versículo de Sn. Mateo 7:7, la palabra sigue se escribe 3 veces: Sigue pidiendo. Sigue buscando. Sigue llamando. Nos hace un llamado a no desmayar. A no desistir. A continuar a pesar de todo. Pero no solo, nos llama a esto. Nos llama a ser activos.

A clamar como la mujer que solicitaba justicia al juez injusto (Sn. Lucas 18) para provocar las respuestas. Dios busca provocadores, nunca ha perdido el tiempo con aquellos que esperar que las cosas sucedan. Muchos se escudan en el llamado de Gedeón, que estaba escondido en una cueva, pero Dios lo encontró trabajando por el bien de su familia (Luego vino el ángel de Dios y se sentó bajo el roble que está en Ofrá. Ese árbol pertenecía a Joás, que era descendiente de Abiézer. En ese momento, Gedeón hijo de Joás, estaba limpiando trigo, a escondidas de los madianitas, en el lugar donde se pisaban las uvas para hacer vino. Jueces 11:6 TLA). Esa actitud valiente hace que Dios derrote la comodidad y reconduzca nuestro camino hacia la libertad. Siempre Dios ha usado a personas que están haciendo algo.

Así que si deseas algo de Dios, haz que suceda. Prepárate si deseas ser pastor, servidor, abogado, doctor o lo que sea. Observa esta parte del versículo: “…sigue buscando y encontrarás…” no dice busca y se te dará lo que andas buscando. Es todo lo contrario. Esta palabra nos pide una actitud propositiva, una actitud luchadora que sabe lo que pide, conoce lo que quiere y encuentra lo que ha buscado.

Eso es la fe. La fe nos da una fuerza en nuestro carácter para esperar confiadamente que se dé lo que esperamos. Nos da la paciencia para esperar con sabiduría y nos da la convicción que nuestra solicitud está siendo procesada, en los cielos y que ya está siendo escuchada; pero también es la determinación de seguir trabajando, buscando y tocando puertas para recibir lo prometido.

La fe no es solo esperar que pase lo que tenga que pasar, sino que es provocar que “eso” suceda. Que nos pongamos las ropas de trabajo. Jesús sanaba a los atrevidos que tocaban el borde su manto, que clamaban a gritos: “Jesús, hijo de David ten misericordia de mí.”, que se acercaban, a los que preguntaban. Muchos ciegos siguieron ciegos, no por la falta de poder del Señor, sino por su actitud. Por su incapacidad de dar, no solo un paso, sino los pasos necesarios para llamar la atención del Señor y que se hiciera lo que esperaban.

Así que, si eres un provocador, síguelo siendo. No dejes de insistir, ya que Dios observa ese esfuerzo de no limitar tu fe a esperar, sino a actuar, a desafiar la lógica, de ponerte tu mejor ropa y salir a conseguir ese empleo. A hablarle a la mujer de tu vida y que te rechacé una o cuatro veces. A pelearnos con la vida. Eso es fe. Eso hace que está promesa se haga realidad en nuestra vida. Así que, hoy es el día de tomar el control de nuestra vida para que se cumpla lo que Dios quiere hacer en nosotros. Prepárate. Actívate. Insiste.

Promesa No. 10
El Señor le respondió: —Yo mismo iré contigo, Moisés, y te daré descanso; todo te saldrá bien.” Éxodo 33:14 NTV

Hay una cosa importante. Dios no quiere tomar un café con nosotros. No quiere charlas aisladas. Él no quiere visitarnos, mucho menos pequeñas consultas. No quiere ser nuestro psicólogo. Ni un coach. Quiere algo más. Él quiere ir con nosotros. Caminar a nuestro lado. Oír nuestras historias. Entender nuestras preocupaciones. Luchar nuestras batallas. Abrazarnos cuando la vida nos golpee. Ante un rechazo amoroso, estar cerca para recordarnos la importancia del amor verdadero. Darnos su amor desinteresado (¿Qué interés tendría Dios en nuestro dinero, poder o cualidades?). ¿No es ésta una gran descripción de un padre?

Un padre tierno que engendra, que espera, que se divierte con su pequeño, que se desvela preocupado por su salud, que entiende los cambios vertiginosos de la adolescencia, que celebra triunfos, que apoya en los fracasos. Que sabe que es el desprecio, que disfruta los momentos y recuerdos, que conoce el dolor de un hijo y quisiera sacar su corazón para sanar ese corazón roto.

Es por ello que es muy probable que esta sea la madre de las promesas. Es una promesa para aquellos que se sienten encerrados en la cárcel de la soledad. Para aquellos que viven aterrados por la falta de compañía. Aquellos que no se han sentido amados. Dios mismo nos regala está propuesta: Iré contigo.

Iré contigo. Es una frase de confirmación. No hay un ¡te amo! en la frase, pero en medio de cada letra se aspira la fragancia agradable del amor. Un amor único, capaz de amar a un hombre como Jacob, con muchos defectos de carácter, inseguridades y malos hábitos; sin embargo, lo convirtió en padre de su pueblo escogido. Nutrió su fe con estas hermosas palabras: “Yo estoy contigo; voy a cuidarte por dondequiera que vayas, y te haré volver a esta tierra. No voy a abandonarte sin cumplir lo que te he prometido.»” Génesis 28:15 DHH.

Estoy contigo. Aparece por lo menos 9 veces en la Escritura. Aunque no lo parezca, abarca nuestro pasado, presente y futuro. Él ha estado en cada momento de nuestro existir. Nos formó. Nos dio vida. Nos entregó a la vida. Nos cuida y sigue nuestros pasos en nuestro mañana. Sin embargo, es muy probable que sea difícil entender donde se encuentra en los momentos de necesidad.

La pregunta más realizada por el hombre es: ¿Dónde estaba Dios?
¿Dónde está cuando tenemos un pasado doloroso, o en este presente tortuoso o en ese sombrío futuro? Probablemente su silencio nos confunde. ¿Por qué nos hizo sufrir ese abuso emocional, sentimental, sexual o familiar?, ¿Si Él  promete esto (ir con nosotros), por qué el divorcio, por qué la infidelidad, por qué la enfermedad?, ¿Por qué a nosotros?, ¿Por qué las lágrimas, la soledad y las burlas?

Lastimosamente no tengo la respuesta. No sé porque Dios parece distante. Desde el punto que nos encontramos parece que nos ha dado la espalda o ha ocultado su rostro de nosotros. Que ha incumplido su promesa. Creo que Jacob vivió y se hizo las mismas preguntas. Se lo preguntó cuando huía de su casa porque su hermano lo quería matar. Se lo preguntó cuando su suegro lo hizo trabajar 14 años (5,110 días) por el amor de su vida y otros 6 años más por su salario (7,320 días en total). 20 años de dolor, paciencia y tolerancia. Se lo preguntó cuando tenía que enfrentar a su Esaú en el camino. Cuando sus hijos le contaron que José “había muerto”. Cuando Rubén se acostó con su concubina. Creo que muchas veces cuestionó la promesa hecha en Génesis 28:15. Sin embargo, siguió confiado. Y su confianza creció cuando Esaú lo perdonó. Cuando su ganado se multiplicó a costa de los celos de su suegro. Al abrazar a sus nietos Manasés y Efraín. Al ver a su hijo odiado por sus hermanos como el hombre más importante del Imperio más poderoso del Mundo Antiguo.




Dios se hizo presente. Así como está contigo. Muchos estamos viendo la tormenta del ahora, el huracán del ayer. Eso nubla nuestra visión. No nos hace sentir la calidez de su amor. Pero él está allí. En silencio pero trabajando. Enjugando nuestras lágrimas. Formando nuestro carácter. Fortaleciendo nuestra fe.

Iré contigo. Una promesa unilateral. Es de Dios para nosotros. El ir no solo implica compañía. No solo implica seguridad. Es todo en uno. No quiere decir que no habrá batallas, sino que las tomará como propias. “Yo haré que seas para este pueblo como un muro de bronce, difícil de vencer. Te harán la guerra, pero no te vencerán, pues yo estoy contigo para salvarte y librarte. Yo, el Señor, doy mi palabra.” Jeremías 15:20 DHH.

Así que como un niño, toma la mano de tu Padre y atraviesa el camino. Disfruta el viaje. Corresponde su amor y respeta Su Presencia. Cuida de que se sienta feliz de lo que ves, haces y piensas. Camina con responsabilidad. Amalo con locura. Enmienda tus errores. Caminen felices por esta vida. Que cada día sea de enorme dicha y felicidad.

Al final de cada momento de tu vida, une los puntos. Verás que en cada momento estuvo allí. Nunca dejará de cumplir su promesa. Ni con los grandes héroes de la fe, ni contigo. Como le dicto a Isaías: “No tengas miedo, pues yo estoy contigo; no temas, pues yo soy tu Dios. Yo te doy fuerzas, yo te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa.” Isaías 41:10.

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