Cuando se escribe sobre promesas, se describe las mil y una formas que Dios nos ama. Nos presenta su amor a través de la restauración, reconciliación y perdón. Nos busca a través de su cuidado y protección, sus palabras afectuosas y fieles. No hay nada mejor que el momento donde Dios cumple su promesa. Se presenta a continuación dos promesas que jamás debemos olvidar.
Promesa
No. 11
“Ahora
estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración en este lugar;” 2ª
Crónicas 7:15 NTV
Esta promesa es una invitación. Una invitación a
entrar al terreno de Dios. Entrar a su casa, a conocer su Esencia. Donde lo
sobrenatural se convierte en natural y nuestra humanidad se abraza con Su
Divinidad. Donde se llevan nuestras cargas, pero se trae fe y optimismo.
Momentos en los que no se recibe la respuesta deseada, pero nos llevamos una
satisfacción total que Él tiene el control de todas las cosas. Donde nuestras
lágrimas se unen con anhelos y con peticiones urgentes. Donde no se sabe que
decir, porque hay tantas cosas que expresar. Donde el alma alivia su carga y el
espíritu recibe una sobredosis de paz.
La oración. Bendita oración. El momento donde nos
reunimos con nuestro Señor. El momento más difícil de tener. Tenemos tiempo
para todo. Para ver nuestro deporte favorito, nuestra película favorita,
nuestra música favorita. Momentos donde el cansancio sobresale y nuestro cuerpo
nos pide la cama o descanso, pero nuestra alma sigue atribulada, porque la
oración es ese oxígeno del cielo que nos conduce a intimar con nuestro Dios. Al
leer la Biblia, sabemos de su poder. Al escuchar un sermón, confirmamos lo que
quiere para nuestra vida; pero en la oración todo se transforma. Nuestros oídos
se afinan y nuestras palabras entregan, requieren, adoran, certifican nuestra
condición y nos cambia la vida.
Cuando oramos, Dios cumple esta promesa: “Ahora estarán abiertos mis ojos y
atentos mis oídos a la oración en este lugar.” Al leer estas palabras solo nos
imaginamos a un Dios personal que no delega el escuchar a sus hijos a un ángel.
Dios no tiene un call center con ángeles atendiendo a cada uno. Él mismo nos
atiende. No juega, ni sigue haciendo otras cosas cuando le hablamos. Abre sus
ojos y nos observa. Observa nuestra mente atribulada, nuestro corazón
compungido y nuestra alma necesitada. Observa ese espíritu humillado,
quebrantado y necesitado. Observa un cuerpo rendido ante Su Presencia. Dios lo
observa todo. Y al observar actúa. Me encanta como David define y agradece la
atención que Dios nos brinda cuando oramos: “Tú
llevas la cuenta de todas mis angustias y has juntado todas mis lágrimas en tu
frasco; has registrado cada una de ellas en tu libro.” Salmos 56:8. Sus
lágrimas de victoria cuando venció al gigante. Sus lágrimas de tristeza y
soledad en cada cueva donde dormía cuando era perseguido por Saúl. Sus lágrimas
luego de ser señalado por Natán por matar a Urías y acostarse con Betsabé.
“Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
Y borra todas mis maldades.
Crea
en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me eches de delante
de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
Vuélveme
el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente.”
Y espíritu noble me sustente.”
Salmos
51:9-12 RVR1960.
¿Se imaginan el rostro de Dios?
La sentencia de David era la muerte por ambos
lados. El asesinato se pagaba con la muerte. El adulterio tenía la misma pena.
¿Se imaginan como la mirada de Dios cambió de
juicio a misericordia?
Este rey no pidió por su reino, ni por su vida.
Solicitó no ser expulsado de Su Presencia. Pidió mantener la comunicación.
Pidió por Dios y no por él mismo. Lo castigó, si y muy fuerte. Sin embargo,
Dios le dio una nueva oportunidad. Sus ojos vieron el corazón contrito y
humillado, lo cual, lo movió a misericordia.
Siguiente promesa. ¿Oírnos? No. ¿Escucharnos? No.
Va más allá. Él promete estar atento. Si Dios tuviera forma humana (Ya que es
Espíritu. Juan 4:24), nos indica que pondrá todos sus sentidos para escuchar
nuestra oración. Prestar atención es más que oír. Aún es más que escuchar.
Prestar atención es entender los silencios, las miradas, el timbre de voz, el
sentimiento que se está percibiendo, deducir las emociones. Prestar atención es
concentrar las fuerzas en un solo objetivo. El hijo de David, Salomón, vivió
esa experiencia. Su oración fue honesta. Su necesidad era guiar a un pueblo
mejor que su padre (Una tarea demasiada complicada).
“Esa noche, Dios se le apareció a Salomón y
le dijo:
—Pídeme lo que quieras, y yo te
lo daré.
Salomón le respondió:
—Mi Dios, tú fuiste muy bueno
con mi padre David, y a mí me has puesto a reinar en su lugar. Ser rey de un
pueblo tan numeroso que no se puede contar, es muy difícil. Por eso, ahora te
ruego que cumplas lo que le prometiste a mi padre. ¡Dame sabiduría e
inteligencia para que pueda gobernar a un pueblo tan grande como el tuyo!
Porque sin tu ayuda, nadie es capaz de hacerlo.
Entonces Dios le respondió a
Salomón:
—Lo normal hubiera sido que me
pidieras mucho dinero, poder y fama; o que te permitiera vivir por muchos años
y destruyera a todos tus enemigos. Sin embargo, has pedido sabiduría e
inteligencia para reinar sobre mi pueblo.
»Por eso, te concedo tu deseo,
y además te haré el rey más rico, poderoso y famoso que haya existido. Nadie
podrá igualarte jamás.” 2ª Crónicas 1:7-12 TLA
Si hablamos del contexto fue una maravillosa
muestra de adoración. Mil holocaustos. Pero eso es tema para otro momento. Dios
puso atención a su oración. Vio la humildad del corazón de Salomón y añadió
otras bendiciones a su solicitud. Así Dios está atento a nuestras oraciones
aunque no lo parezca. Pueden ser oración que no esté estructurada
correctamente. Sin embargo, Dios observa que será útil y de beneficio para
nuestra vida. Max Lucado escribió acerca de la oración: “No le
pidas a Dios que haga lo que tú quieras. Pídele que haga lo correcto.” En ese sentido, atenderá la oración y nos
llevará a entender que esa petición no puede llevarse a cabo.
Así que no
esperes a atender esta promesa-invitación. Ora. Cada vez que puedas. A veces
sentiremos cosas. A veces no. Que esto no sea impedimento para hacerlo. Que no
recibas la respuesta que quieres no explica que Dios no te hace caso. No
delegues está función a tu líder espiritual. Es algo personal. Cuando oramos
provocamos que el cielo aplauda y que en la Tierra muchas cosas cambien.
Disfrutemos de la oportunidad de hablar con el Señor. Jamás nos arrepentiremos
de ello.
Promesa
No. 12
“pues tu Dios está contigo y con su poder te
salvará. Aunque no necesita de palabras para demostrarte que te ama, con cantos
de alegría te expresará la felicidad que le haces sentir,” Sofonías 3:17 TLA
Está es una promesa llena de amor. Convengamos que
todas las promesas están rellenas de ello, ya que solo el amor nos puede hacer
que empeñemos nuestras palabras, pero está palabra escrita por Sofonías es una muestra de un amor total de Dios con sus
hijos.
El amor de Dios.
Inexplicable. Infinito. Increíble.
Inexplicable que alguien sea capaz de amarte a
pesar de los errores, desprecios, indiferencia.
Infinito porque entre sus cuatro letras cabe toda
la humanidad.
Increíble porque siempre nos ha buscado. Nos ha
enamorado. Se ha entregado.
Se entregó en la Creación. Diseñando un mundo
lleno de color, de hermosos paisajes. Fue un artista al formar con Su Palabra,
todo lo que ahora vemos. Entregó un poco de su aliento, para darnos vida. Puso
a Adán y Eva en el mejor lugar. Le entregó la creación para que fuera
gestionada por ellos, pero no los dejo solos. Los visitaba cada día. Hablaba
con ellos, les demostraba su amor.
No importó que fallaran. Su amor creció. Cuando el
pecado desnudó sus cuerpos y sus almas, Él tomó un cordero, quitándoles la
vergüenza y la culpa. Les prometió que la batalla contra la serpiente sería
todos los días, pero que siempre obtendrían la victoria. Le prometió a la
humanidad un Redentor perfecto que quitaría el pecado de todos.
Su amor trascendió generaciones. Set, Noé y
Abraham fueron algunos de los que disfrutaron ese amor incondicional. El pueblo
de Israel lo tuvo (y lo tiene) siempre. No importó su rebeldía, su
desobediencia. Él siguió amándolos. Procuró su bienestar. Les dio esta promesa:
“…Aunque no necesita de palabras para demostrarte que te ama, con cantos de
alegría te expresará la felicidad que le haces sentir...” Sofonías 3:17
¿Cantos de alegría? Es como la canción de una
pareja. Hay miles de canciones de amor, pero hay muchos matrimonios y noviazgos
que poseen su canción. Esa canción que los hace suspirar. Esa que los hace
recordar el primer beso, la primera salida, en fin, una canción que hace
recordar a la persona amada. Recordar lo mejor de cada uno y si es posible,
tomarse de la mano y dar unos cuantos pasos de baile. Dios tiene una canción que le recuerda que es
feliz con nosotros. ¿No lo crees, verdad? Parece ser un error de traducción de
las Escrituras: “¿…la felicidad que le haces sentir…?” No se está refiriendo
que somos felices por lo que nos hace sentir, sino lo contrario. El nos ama
tanto que cantará no solo una estrofa, sino toda una canción por la felicidad
que le hacemos sentir. Es esa felicidad que siente un padre al momento de
entregar a un hijo a la vida. Es feliz porque ha hecho lo mejor. Lo dotó de
carácter para decir no a lo malo. Le enseñó que las marcas del trabajo duro son
las mejores. Le enseñó a servir y a ayudar a otros. A dar lo mejor en cada
momento y en cada situación.
Esa felicidad es la que siente Dios. Se siente
feliz por el amor brindado. Lo hace feliz que entregó la vida de Jesús para
salvarnos. Lo inspira esas veces que luchamos y vencemos la tentación. Lo
alienta esas veces que nos entregamos por completo a cumplir Su Propósito en
nuestra vida. Le encanta ver nuestra madurez espiritual. Le encanta ver cada
detalle de nuestro crecimiento y canta. Canta de gozo. Canta con autoridad. Se
deleita en su Creación.
Además, no pierde su amor. Su amor no cambia
debido a nuestras faltas. Su amor sigue siendo grande y eterno. No ama nuestra
condición, ni nuestro pecado. De hecho, lo aborrece y por ello derramó Su
Sangre en la cruz del Calvario. Para darnos una nueva oportunidad y restaurar
su bello cántico.
Así que está es una promesa para aquellos que se
siente lejos y dudan que Dios los ame. Él lo hará y lo seguirá haciendo.
Muchos quizás tengamos una canción donde él se
siente orgulloso. Aquellos titanes de la fe. Aquellos que cada día vencen al
mundo y lo siguen de cerca.
Quizás otros tengamos una canción donde nos incita
a luchar. Donde nos anima a seguir adelante y llegar a la meta.
Puede ser que sea una canción de restauración. Una
canción de invitación. Una canción de consuelo. No importa el tipo de canción
que sea, sólo recuerda que su canción es para ti. Síguelo con pasión y cántale
a Él con gratitud. Busca una canción. Encuéntrala y cada vez que te reúnas con
él, que sea la forma de empezar o terminar ese idílico encuentro. Como dice
Cantar de los Cantares: “Mujeres de
Jerusalén, quiero que me prometan que, si encuentran a mi amado, le digan
que... ¡Que me estoy muriendo de amor!” Cantar de los Cantares 5:8 TLA
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