12 Promesas de Dios que Jamás Debes Olvidar (No. 5)



Cuando se escribe sobre promesas, se describe las mil y una formas que Dios nos ama. Nos presenta su amor a través de la restauración, reconciliación y perdón. Nos busca a través de su cuidado y protección, sus palabras afectuosas y fieles. No hay nada mejor que el momento donde Dios cumple su promesa. Se presenta a continuación dos promesas que jamás debemos olvidar.

Promesa No. 11
Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración en este lugar;” 2ª Crónicas 7:15 NTV

Esta promesa es una invitación. Una invitación a entrar al terreno de Dios. Entrar a su casa, a conocer su Esencia. Donde lo sobrenatural se convierte en natural y nuestra humanidad se abraza con Su Divinidad. Donde se llevan nuestras cargas, pero se trae fe y optimismo. Momentos en los que no se recibe la respuesta deseada, pero nos llevamos una satisfacción total que Él tiene el control de todas las cosas. Donde nuestras lágrimas se unen con anhelos y con peticiones urgentes. Donde no se sabe que decir, porque hay tantas cosas que expresar. Donde el alma alivia su carga y el espíritu recibe una sobredosis de paz.

La oración. Bendita oración. El momento donde nos reunimos con nuestro Señor. El momento más difícil de tener. Tenemos tiempo para todo. Para ver nuestro deporte favorito, nuestra película favorita, nuestra música favorita. Momentos donde el cansancio sobresale y nuestro cuerpo nos pide la cama o descanso, pero nuestra alma sigue atribulada, porque la oración es ese oxígeno del cielo que nos conduce a intimar con nuestro Dios. Al leer la Biblia, sabemos de su poder. Al escuchar un sermón, confirmamos lo que quiere para nuestra vida; pero en la oración todo se transforma. Nuestros oídos se afinan y nuestras palabras entregan, requieren, adoran, certifican nuestra condición y nos cambia la vida.

Cuando oramos, Dios cumple esta promesa: Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración en este lugar.” Al leer estas palabras solo nos imaginamos a un Dios personal que no delega el escuchar a sus hijos a un ángel. Dios no tiene un call center con ángeles atendiendo a cada uno. Él mismo nos atiende. No juega, ni sigue haciendo otras cosas cuando le hablamos. Abre sus ojos y nos observa. Observa nuestra mente atribulada, nuestro corazón compungido y nuestra alma necesitada. Observa ese espíritu humillado, quebrantado y necesitado. Observa un cuerpo rendido ante Su Presencia. Dios lo observa todo. Y al observar actúa. Me encanta como David define y agradece la atención que Dios nos brinda cuando oramos: “Tú llevas la cuenta de todas mis angustias y has juntado todas mis lágrimas en tu frasco; has registrado cada una de ellas en tu libro.” Salmos 56:8. Sus lágrimas de victoria cuando venció al gigante. Sus lágrimas de tristeza y soledad en cada cueva donde dormía cuando era perseguido por Saúl. Sus lágrimas luego de ser señalado por Natán por matar a Urías y acostarse con Betsabé.

Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente.”
Salmos 51:9-12 RVR1960.

¿Se imaginan el rostro de Dios?
La sentencia de David era la muerte por ambos lados. El asesinato se pagaba con la muerte. El adulterio tenía la misma pena.
¿Se imaginan como la mirada de Dios cambió de juicio a misericordia?
Este rey no pidió por su reino, ni por su vida. Solicitó no ser expulsado de Su Presencia. Pidió mantener la comunicación. Pidió por Dios y no por él mismo. Lo castigó, si y muy fuerte. Sin embargo, Dios le dio una nueva oportunidad. Sus ojos vieron el corazón contrito y humillado, lo cual, lo movió a misericordia.

Siguiente promesa. ¿Oírnos? No. ¿Escucharnos? No. Va más allá. Él promete estar atento. Si Dios tuviera forma humana (Ya que es Espíritu. Juan 4:24), nos indica que pondrá todos sus sentidos para escuchar nuestra oración. Prestar atención es más que oír. Aún es más que escuchar. Prestar atención es entender los silencios, las miradas, el timbre de voz, el sentimiento que se está percibiendo, deducir las emociones. Prestar atención es concentrar las fuerzas en un solo objetivo. El hijo de David, Salomón, vivió esa experiencia. Su oración fue honesta. Su necesidad era guiar a un pueblo mejor que su padre (Una tarea demasiada complicada).

Esa noche, Dios se le apareció a Salomón y le dijo:
—Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré.
 Salomón le respondió:
—Mi Dios, tú fuiste muy bueno con mi padre David, y a mí me has puesto a reinar en su lugar. Ser rey de un pueblo tan numeroso que no se puede contar, es muy difícil. Por eso, ahora te ruego que cumplas lo que le prometiste a mi padre. ¡Dame sabiduría e inteligencia para que pueda gobernar a un pueblo tan grande como el tuyo! Porque sin tu ayuda, nadie es capaz de hacerlo.
Entonces Dios le respondió a Salomón:
—Lo normal hubiera sido que me pidieras mucho dinero, poder y fama; o que te permitiera vivir por muchos años y destruyera a todos tus enemigos. Sin embargo, has pedido sabiduría e inteligencia para reinar sobre mi pueblo.
»Por eso, te concedo tu deseo, y además te haré el rey más rico, poderoso y famoso que haya existido. Nadie podrá igualarte jamás.” 2ª Crónicas 1:7-12 TLA

Si hablamos del contexto fue una maravillosa muestra de adoración. Mil holocaustos. Pero eso es tema para otro momento. Dios puso atención a su oración. Vio la humildad del corazón de Salomón y añadió otras bendiciones a su solicitud. Así Dios está atento a nuestras oraciones aunque no lo parezca. Pueden ser oración que no esté estructurada correctamente. Sin embargo, Dios observa que será útil y de beneficio para nuestra vida. Max Lucado escribió acerca de la oración: No le pidas a Dios que haga lo que tú quieras. Pídele que haga lo correcto.” En ese sentido, atenderá la oración y nos llevará a entender que esa petición no puede llevarse a cabo.

Así que no esperes a atender esta promesa-invitación. Ora. Cada vez que puedas. A veces sentiremos cosas. A veces no. Que esto no sea impedimento para hacerlo. Que no recibas la respuesta que quieres no explica que Dios no te hace caso. No delegues está función a tu líder espiritual. Es algo personal. Cuando oramos provocamos que el cielo aplauda y que en la Tierra muchas cosas cambien. Disfrutemos de la oportunidad de hablar con el Señor. Jamás nos arrepentiremos de ello.



Promesa No. 12
“pues tu Dios está contigo y con su poder te salvará. Aunque no necesita de palabras para demostrarte que te ama, con cantos de alegría te expresará la felicidad que le haces sentir,” Sofonías 3:17 TLA

Está es una promesa llena de amor. Convengamos que todas las promesas están rellenas de ello, ya que solo el amor nos puede hacer que empeñemos nuestras palabras, pero está palabra escrita por Sofonías es  una muestra de un amor total de Dios con sus hijos.

El amor de Dios.
Inexplicable. Infinito. Increíble.
Inexplicable que alguien sea capaz de amarte a pesar de los errores, desprecios, indiferencia.
Infinito porque entre sus cuatro letras cabe toda la humanidad.
Increíble porque siempre nos ha buscado. Nos ha enamorado. Se ha entregado.

Se entregó en la Creación. Diseñando un mundo lleno de color, de hermosos paisajes. Fue un artista al formar con Su Palabra, todo lo que ahora vemos. Entregó un poco de su aliento, para darnos vida. Puso a Adán y Eva en el mejor lugar. Le entregó la creación para que fuera gestionada por ellos, pero no los dejo solos. Los visitaba cada día. Hablaba con ellos, les demostraba su amor.

No importó que fallaran. Su amor creció. Cuando el pecado desnudó sus cuerpos y sus almas, Él tomó un cordero, quitándoles la vergüenza y la culpa. Les prometió que la batalla contra la serpiente sería todos los días, pero que siempre obtendrían la victoria. Le prometió a la humanidad un Redentor perfecto que quitaría el pecado de todos.

Su amor trascendió generaciones. Set, Noé y Abraham fueron algunos de los que disfrutaron ese amor incondicional. El pueblo de Israel lo tuvo (y lo tiene) siempre. No importó su rebeldía, su desobediencia. Él siguió amándolos. Procuró su bienestar. Les dio esta promesa: “…Aunque no necesita de palabras para demostrarte que te ama, con cantos de alegría te expresará la felicidad que le haces sentir...”  Sofonías 3:17

¿Cantos de alegría? Es como la canción de una pareja. Hay miles de canciones de amor, pero hay muchos matrimonios y noviazgos que poseen su canción. Esa canción que los hace suspirar. Esa que los hace recordar el primer beso, la primera salida, en fin, una canción que hace recordar a la persona amada. Recordar lo mejor de cada uno y si es posible, tomarse de la mano y dar unos cuantos pasos de baile.  Dios tiene una canción que le recuerda que es feliz con nosotros. ¿No lo crees, verdad? Parece ser un error de traducción de las Escrituras: “¿…la felicidad que le haces sentir…?” No se está refiriendo que somos felices por lo que nos hace sentir, sino lo contrario. El nos ama tanto que cantará no solo una estrofa, sino toda una canción por la felicidad que le hacemos sentir. Es esa felicidad que siente un padre al momento de entregar a un hijo a la vida. Es feliz porque ha hecho lo mejor. Lo dotó de carácter para decir no a lo malo. Le enseñó que las marcas del trabajo duro son las mejores. Le enseñó a servir y a ayudar a otros. A dar lo mejor en cada momento y en cada situación.

Esa felicidad es la que siente Dios. Se siente feliz por el amor brindado. Lo hace feliz que entregó la vida de Jesús para salvarnos. Lo inspira esas veces que luchamos y vencemos la tentación. Lo alienta esas veces que nos entregamos por completo a cumplir Su Propósito en nuestra vida. Le encanta ver nuestra madurez espiritual. Le encanta ver cada detalle de nuestro crecimiento y canta. Canta de gozo. Canta con autoridad. Se deleita en su Creación.

Además, no pierde su amor. Su amor no cambia debido a nuestras faltas. Su amor sigue siendo grande y eterno. No ama nuestra condición, ni nuestro pecado. De hecho, lo aborrece y por ello derramó Su Sangre en la cruz del Calvario. Para darnos una nueva oportunidad y restaurar su bello cántico.

Así que está es una promesa para aquellos que se siente lejos y dudan que Dios los ame. Él lo hará y lo seguirá haciendo.

Muchos quizás tengamos una canción donde él se siente orgulloso. Aquellos titanes de la fe. Aquellos que cada día vencen al mundo y lo siguen de cerca.

Quizás otros tengamos una canción donde nos incita a luchar. Donde nos anima a seguir adelante y llegar a la meta.

Puede ser que sea una canción de restauración. Una canción de invitación. Una canción de consuelo. No importa el tipo de canción que sea, sólo recuerda que su canción es para ti. Síguelo con pasión y cántale a Él con gratitud. Busca una canción. Encuéntrala y cada vez que te reúnas con él, que sea la forma de empezar o terminar ese idílico encuentro. Como dice Cantar de los Cantares: “Mujeres de Jerusalén, quiero que me prometan que, si encuentran a mi amado, le digan que... ¡Que me estoy muriendo de amor!” Cantar de los Cantares 5:8 TLA

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