Convengamos en una idea básica: la victoria solo se logra batallando. Solo se esculpe en el fragor del desafío. Enfrentar nuestros temores. Alimentar nuestra fe. Perseverar hasta el último round. No podemos hablar de victorias sino forjamos el camino para llegar a ella. Desde el sueño por obtenerla, pasando por la ambición por entrenar hasta estar lo suficiente preparado como para no desfallecer, hasta la gesta gloriosa de su alcance. La victoria no está al alcance de pocos, eso es una mentira. Todos pueden obtenerla. Pero la diferencia reside en el que está dispuesto a pagar el precio, dejando la comodidad a un lado y retando a la vida a dar un paso hacia el frente.
Es por ello que se necesita un ADN diferente, especial y desarrollado en el aprendizaje constante. Aunque parezca contradictorio, pero que se forje en la derrotas, no para vivir en la depresión de ellas, sino para sacar lo mejor de nosotros y demostrar de que está hecho nuestro carácter. Pablo nos reta con una analogía deportiva: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero {sólo} uno obtiene el premio? Corred de tal modo que ganéis.” 1ª Corintios 9:24. Nos expone en esas 24 palabras, los componentes del ADN de una persona victoriosa y estos son: hambre, implicación, compromiso, ambición, orgullo y humildad.
Veamos cada uno de ellos:
a) Hambre (…No sabéis que los que corren en el estadio…):
Frente a una multitud de competidores, uno puede hacerse a un lado y decir: “lo intentaré luego, cuando haya menos competidores.” Estas palabras parecen llenas de prudencia, pero solamente es miedo disfrazado. No importa contra quién compitamos, nuestro adversario siempre será el que nos mira en el espejo a diario. El hambre será esa llama sagrada, que llamamos pasión que nos mantendrá sediento por intentarlo y volver a hacerlo. Esa hambre nos hará entrenar, capacitarnos, volver a intentarlo, pasar los obstáculos, tomar los desafíos, luchar contra el miedo, vencer la baja estima y dar la competencia. No nos facilita los triunfos, pero nos facilita estar siempre dando lo mejor de nosotros hasta alcanzar el cometido.
Un poco más de 20 años de Ministerio, el apóstol Pablo nos legó de un hambre por hacer, una pasión por terminar el propósito de Dios y acabar la carrera en victoria. Sólo poco tiempo antes de su muerte pudo exclamar: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe.” Antes había dicho: “Hermanos, yo sé muy bien que todavía no he alcanzado la meta; pero he decidido no fijarme en lo que ya he recorrido, sino que ahora me concentro en lo que me falta por recorrer.” Eso es hambre. Eso es pasión. Eso es saber que hay una multitud que corre y aún así, tendré que dar lo mejor para alcanzar la meta. No importa en qué lugar. Importa la pureza y la tenacidad con la que se cruzó la línea.
b) Implicación: (“…todos en verdad…”)
La palabra clave en este fragmento tomado es en verdad. Para la persona que está implicada no es un juego. Es el juego. Donde se apuesta todo. Donde se crece. Donde se exprime el talento hasta la extenuación. Donde todo es de verdad. Donde el entrenamiento es donde se forjan los triunfos. Donde el objetivo es claro, alcanzable, comprensible y retador.
Ese “en verdad” es una decisión personal. La implicación lo es. Nadie nos fuerza, ni nos manipula para avanzar. Estamos dentro por el deseo ardiente y seguimos porque anhelamos algo diferente. Para José era fácil dejarlo todo, pues había sido envidiado, vendido, seducido, engañado, maltratado. Pero realmente sabía que tenía un llamado. Aun no lo tenía claro, pero sabía que había algo preparado. Nadie está jugando con el futuro. Dios no juega con sus hijos. Él traza un camino y espera que nosotros estemos tan implicados con Su sueño que se logre. Me gusta una idea básica y es que Dios no está reducido a nuestro tiempo. Él lo hará. Mañana, tal vez o dentro de 10 años. Eso no debe importarnos. Lo esencial es correr, correr y volver a correr. Un día las puertas de la victoria se abrirán frente a nosotros y ser especial, porque no estaremos lejos.
c) Compromiso (“…todos…corren…”)
El ADN de un ganador tiene un componente especial: COMPROMISO. Es mantenerse enfocado. Si la implicación nos pide lo mejor de nosotros, el compromiso nos hace mantenernos constantes y hacer de la disciplina una forma de vida. Nos quita la vista de nuestras debilidades y en los obstáculos para llevarnos a un nuevo nivel. Ese nuevo nivel consiste en qué no hay barreras que nos hagan perder el horizonte. El compromiso nos hace sordos a la crítica, a las derrotas pero también al éxito. Sabemos las consecuencias de escuchar la crítica y la depresión de las pérdidas, pero se habla muy poco del efecto de las victorias. Los griegos nos legaron una frase: “Dormirse en los laureles”. Las alabanzas nos quitan el enfoque y empezamos a vivir de las victorias pasadas y nos esforzamos menos por continuar alerta y al final dejamos a un lado lo vital y se vive de las migajas.
El compromiso nos hace ser protagonista. Nos ayuda a sacar esa fuerza oculta. Nos ayuda a pulir nuestra fe. A mantenernos en la línea de batalla esforzándonos por alcanzar lo que Dios ha preparado para nuestra vida. En el llamado o propósito de Dios podemos participar o comprometernos. En la participación, estamos prestos a lo que Dios desea. En el compromiso decimos como Isaías cuando está frente al Trono de Dios: “Después oí que el Señor preguntaba: «¿A quién enviaré como mensajero a este pueblo? ¿Quién irá por nosotros?».
—Aquí estoy yo —le dije—. Envíame a mí.” Isaías 6:8 NTV.
d) Ambición (“…pero {sólo} uno obtiene el premio…”)
Los triunfadores tratan de superar las expectativas, batallando día a día. Las personas con una ambición sana, llámese aquella que nos perfila a aspirar ser mejores y no tener poder, riquezas o cosas efímeras siempre viven inconformes con lo alcanzado, siempre quieren más, buscan la mejora, tratan de batallar contra la mediocridad. Además, son dedicados, que los ayuda a mantenerse firme ante la adversidad y con los pies en la tierra en los triunfos. Esa dedicación nos lleva a entender que la vida es una sola y que perderla frente a un televisor o sentado en un escritorio para “solo” pagar cuentas es perderlo todo. Nos enfrenta a una realidad y es de dejar las excusas a un lado y sacar lo mejor de nosotros. Cualquiera que sea nuestro talento. Recordando que Dios está con nosotros.
Además, la ambición nos lleva a nunca rendirnos, a pesar de las vicisitudes, a pesar de que haya personas mejores preparadas, que otros alcancen con mayor facilidad los objetivos, permanecemos firmes en nuestras convicciones y principios de confiar que lo mejor siempre está por venir. Eso marca la diferencia. Nos hace permanecer con el traje de trabajo, esforzándonos porque cada día este mundo sea un mejor lugar para vivir.
e) Orgullo (“…Corred de tal modo…”)
Los triunfadores viven satisfechos. Inconformes pero satisfechos de que todo el esfuerzo no ha sido en vano. Ese orgullo que cada gota de sudor ha valido la pena. Orgulloso de participar con otros. Orgulloso del apoyo que ha tenido de otros. Orgulloso de convertirse en un miembro del equipo y no una estrella o la atracción principal. Ese es una de las características que un ganador debe tomar en cuenta. Orgulloso de la opinión de Dios.
“Todas estas personas murieron aún creyendo lo que Dios les había prometido. Y aunque no recibieron lo prometido lo vieron desde lejos y lo aceptaron con gusto. Coincidieron en que eran extranjeros y nómadas aquí en este mundo. Es obvio que quienes se expresan así esperan tener su propio país. Si hubieran añorado el país del que salieron, bien podrían haber regresado. Sin embargo, buscaban un lugar mejor, una patria celestial. Por eso, Dios no se avergüenza de ser llamado el Dios de ellos, pues les ha preparado una ciudad.” Hebreos 11:13-16 NTV
“Algunos murieron apedreados, a otros los cortaron por la mitad con una sierra[d] y a otros los mataron a espada. Algunos anduvieron vestidos con pieles de ovejas y cabras, desposeídos y oprimidos y maltratados. Este mundo no era digno de ellos. Vagaron por desiertos y montañas, se escondieron en cuevas y hoyos de la tierra.” Hebreos 11:37-38 NTV
f) Humildad (“…Corred de tal modo que ganéis…”)
El ADN ganador cuenta con un componente esencial: La humildad. La humildad consiste en entender que lo alcanzado, obtenido y logrado no es nuestro. Simplemente lo administramos. El corazón de un triunfador no debe perder de vista esto: La grandeza no se mide que tan lejos estemos de los demás, sino que tan cerca se llega a estar de otros. Jesús nos dio su ejemplo. Siendo Dios podía hacer lo que sea. Evitar caminar. Evitar el sudor. Tener ángeles a su servicio. Sin embargo no lo hizo. Observemos lo que Pablo dice acerca de la humildad de Nuestro Señor:
“Tengan la misma manera de pensar que tuvo Jesucristo:
Aunque Cristo siempre fue igual a Dios,
no insistió en esa igualdad.
Al contrario,
renunció a esa igualdad,
y se hizo igual a nosotros,
haciéndose esclavo de todos.
Como hombre, se humilló a sí mismo
y obedeció a Dios hasta la muerte:
¡murió clavado en una cruz!
Por eso Dios le otorgó
el más alto privilegio,
y le dio el más importante
de todos los nombres, para que ante él se arrodillen
todos los que están en el cielo,
y los que están en la tierra,
y los que están debajo de la tierra; para que todos reconozcan
que Jesucristo es el Señor
y den gloria a Dios el Padre.”
Filipenses 2:5-11 TLA
La humildad es el factor esencial de un triunfador. No lo olvides. La humildad implica cambios. Alguien dijo: “Procura ser tan grande que todos quieran alcanzarte y tan humilde que todos quieran estar contigo.” David escribió: “Porque el SEÑOR es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo conoce de lejos.” Y nuestro Señor Jesucristo dijo: “Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana.”
En la humildad se disfruta compartiendo el triunfo, se reparte con sinceridad las ganancias y se deleita en la compañía de todos, sean estos adversarios, compañeros o familia. La humildad trasciende fronteras y exalta el sentimiento humano a un nuevo enfoque.
En conclusión, el ADN ganador cuenta con el hambre o la pasión como el combustible que no nos deja sentarnos, la capacidad de continuar hasta el final entregando lo mejor cada momento, con dedicación y disciplina. Además, se fortalece con la necesidad de superar las expectativas y la satisfacción de que cada día se forja una mejor camino y con los pies sobre la tierra para honrar a los que se lo merecen, acompañar a los que lo necesitan y crecer siempre hacia lo horizontal, encaminándonos al éxito, no personal sino de todos. Para hacer un mundo mejor.
0 Comentarios
Manda tus comentarios del blog, puedes escribir tus testimonios, o historias que desees.