Consejos de Oro: La Belleza de la Misericordia.

“Sed misericordiosos, así como vuestro Padre es misericordioso.” Sn. Lucas 6:36 

Hablar de misericordia es deletrear con majestuosidad y talante la mayor virtud del amor. De hecho, el amor se escribe con la tinta de la misericordia. No crea que la misericordia es conmiseración, ni mucho menos lástima. La misericordia no habla de premios o merecimientos. 


Habla de la belleza del amor. Desata las cuerdas
de la venganza y produce una bella trenza de perdón. Permite recordar, pero lo hace sin dolor. No se avergüenza de retomar y revivir algo que había sido pronosticado como fracaso o inservible. 

 

La misericordia permite ver vida donde otros proclaman muerte. Da una nueva oportunidad sin merecerla y aquí está la clave. No puedes hacer nada para ganarla, tomarla o arrebatarla. 

 

Hay una historia que nos habla de esto, está situada a finales del Siglo XVIII y  se cuenta que un soldado del ejército imperial francés había desertado. Un error brutal, que solo se pagaba con la vida. Este soldado anónimo fue capturado, y, por ende, condenado a la peor de lsa penas: La muerte. Todos esperaban la fecha para que la justicia tuviera su cumplimiento. Solo había una persona que pensó que esta historia podía cambiar. Una desesperada madre pidió audiencia con Napoleón Bonaparte, quien, a pesar de ser conocido por su intransigencia y rigurosidad, tuvo el don de aceptar el único deseo de una madre. 


 – Distinguido Napoleón, sé que mi hijo se ha equivocado y que su error se castiga con la muerte. ¡Él es lo único que tengo! Por favor, ¡te ruego que lo perdones! 


– Mujer, tu hijo ha desertado huyendo del combate mientras que otros compañeros han dado la vida por su nación. Si concedo lo que me pides, la noticia correrá como reguero de pólvora. La moral del ejército caerá y otros empezarán a imitarlo. ¿O acaso piensas que todos van a la guerra por amor a la Patria? – Excelentísimo Emperador, por favor, ¡te pido para él misericordia! – Tu hijo no merece misericordia. – 


Sí, es cierto –replicó la angustiada señora-, pero si la hubiera merecido no hubiera sido misericordia sino justicia, y yo he venido a pedirte misericordia. 


La capacidad intelectual de Napoleón Bonaparte era tan grande que entendió perfectamente el mensaje y le contestó: Señora, tendré misericordia. Y de esta manera la mujer logró salvar la vida de su hijo. 


Muchas veces nosotros apelamos y anhelamos justicia. Nos convertimos en verdugos y ambicionamos que otros paguen sus errores, pero cuando nos toca saldar nuestras deudas, allí, es donde la sed de misericordia hace su aparición. Aquí 5 consejos para iniciar una vida entregando misericordia. 


1. No trates de que los demás reciban su merecido por una traición, infidelidad o un maltrato. Sé valiente y da una nueva oportunidad, muchas veces los errores no necesitan ser sentenciados a ser pagados sino a ser perdonados. Cualquiera puede fallar como dicen por allí: “Equivocarse es de humanos, perdonar nos hace parecernos cada día más a Dios.” 


2. Extiende tu mano a alguien que busca ayuda. Muchas veces no lo merecen, pero créeme que lo necesitan. 


 3. La misericordia no significa ignorar las reglas o pasarlas por alto, significa pasarla por el tamiz de la regla más bella: El amor. 


4. La misericordia agradece más de lo que te imaginas. NO dudes acompañar cada una de tus acciones con el poder del amor vestido de misericordia. 


5. Agradece a Dios porque Él te tuvo y te tiene misericordia. Max Lucado escribió una vez: “Dios prefirió descender al infierno en lugar de ti, que irse a Cielo sin lograr darte la oportunidad de estar con Él por la Eternidad.”

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