En las últimas décadas, América Latina —y El Salvador no es la excepción— ha experimentado un notable crecimiento de las iglesias cristianas evangélicas: Según estudios de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), en 1988 representaban el 16.4% de la población, en 1998 aumentaron al 20.6%, y para 2009 alcanzaron un 38.2%. No obstante, este crecimiento ha venido acompañado de la aparición de múltiples grupos e iglesias independientes, que no hay nada negativo en ello, pero si en cómo se predica sobre la fe.
Es por ello que junto con este avance sostenido también ha surgido una corriente preocupante: una especie de “teología del pensamiento mágico”, donde la fe se reduce a fórmulas de éxito, decretos o simples declaraciones positivas. Se habla mucho de “tener fe”, pero poco de en quién (se sabe que en Dios, pero de manera impersonal) y para qué se tiene esa fe. En otros casos, se promueve una fe de intercambio, en la que se ofrece algo —tiempo, dinero u otros recursos— con la expectativa de recibir “bendiciones” o, en un lenguaje más actual, “prosperidad”.
Este fenómeno no es menor, según el IX Estudio de Humor Social y Político (enero 2025), más del 90% de los salvadoreños afirma creer firmemente en Dios, y un 95% considera que Él interviene en el mundo a través de milagros. Es un dato alentador —pues revela una nación profundamente espiritual—, pero también desafiante: ¿qué tipo de fe estamos practicando? Y no me refiero a una fe denominacional, sino a esa fe práctica que nos lleva a depender verdaderamente de Dios.
Retomando esta última idea, en el corazón de muchos creyentes y asistentes a nuestras iglesias se mezclan dos visiones que, a primera vista, parecen similares, pero que en realidad son profundamente distintas:
- La fe bíblica, que descansa en la soberanía de Dios, confía en Su Palabra aun cuando no ve resultados inmediatos y se expresa en obediencia, humildad y esperanza.
- El pensamiento mágico o positivismo religioso, que confunde la fe con energía, emoción o deseo personal. Esta corriente promueve la idea de que “si lo crees, lo obtendrás”, como si Dios fuera un mecanismo cósmico —y esto es lo más preocupante: que deje de verse como un Dios personal y soberano para reducirlo a una fuerza etérea— que responde a decretos humanos, a necesidades o, peor aún, a simples deseos, como si fuera un gran genio disponible para satisfacer nuestros intereses.
En ese sentido, no se trata de creer en la fuerza del creer (perdón por la redundancia, pero es necesario para aclararlo), sino en el carácter de Aquel en quien creemos. La fe auténtica no manipula a Dios; se somete a Él. No exige, espera. No decreta, obedece. No busca su propia voluntad, sino la del Padre. Jesús mismo, en Getsemaní, oró: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lucas 22:42). Esta declaración es precisa para entender la esencia de la fe genuina: confianza absoluta en la bondad de Dios, incluso cuando su plan no coincide con nuestros deseos.
El pensamiento mágico religioso tiene un atractivo poderoso: promete resultados inmediatos y evita el sufrimiento. Y este es el gran problema de este tipo de fe que cada vez abarca más denominaciones e iglesias. Presenta un evangelio fácil, donde todo problema se resuelve con decretos y donde la falta de resultados se atribuye a “falta de fe”, pero este enfoque despoja a la fe de su raíz bíblica y la convierte en una herramienta de control emocional -manipulación- o económico.
El apóstol Pablo advirtió a su discípulo Timoteo que, en los últimos tiempos, muchos seguirían doctrinas agradables al oído, centradas únicamente en mensajes de prosperidad o de autoayuda espiritual (2 Timoteo 4:3). Hoy ese riesgo es más evidente que nunca, pues vivimos una época marcada por frases hechas y un “glamour cristiano” donde prima el estatus personal por encima de la verdadera comunión con Dios. Así, cuando algo no nos sale bien, se culpa a la falta de fe, sepultando a aquellas almas que realmente buscan un encuentro genuino con el Señor Jesucristo. Como dijo un predicador famoso: “Las personas no tienen problemas con Dios, sino con quienes creemos que tienen la autoridad para hablar en su nombre”.
Se plantea una idea: La fe no niega la realidad; la enfrenta con esperanza. No vive de frases motivacionales, sino de promesas eternas. No se nutre de decretos, sino de comunión con el Espíritu Santo.
Una fe madura no busca los milagros como un fin, sino como un medio para glorificar a Dios. No se pregunta “¿qué puedo obtener?”, sino “¿qué propósito tiene esto en mi vida?”. La verdadera fe no se apaga ante el dolor ni se compra con una bendición inmediata; se fortalece en la adversidad y se ancla firmemente en la Palabra.
El pensamiento mágico, en cambio, revela sus límites: si no recibo lo que deseo, abandono a Cristo; o, en el extremo opuesto, me obliga a dar incluso lo que no tengo con tal de que las promesas (bíblicas o no) se cumplan en mi vida.
Por eso el escritor de Hebreos definió magistralmente: “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” (Hebreos 11:1), el mensaje es claro, en ninguna parte del texto habla que la fe es obtener lo que se desea, sino creer aun sin ver, obedecer aun sin entender. La fe bíblica no es un permiso para imponer nuestra voluntad sobre otros, ni para exigir resultados fuera de la Palabra de Dios. Se trata de una confianza que se somete a Su voluntad, que transforma al creyente y lo fortalece sin dañar ni coartar a nadie más. Esa es la fe que transforma y sostiene.
La iglesia evangélica está llamada hoy a un acto de valentía espiritual: desmitificar el falso evangelio del deseo y de la fe como pensamiento mágico y volver a la fe bíblica centrada en Cristo.
Esto, desde una perspectiva personal, podrá requerir tres compromisos esenciales:
- Enseñar la Palabra con profundidad. No basta predicar promesas; hay que explicar el carácter de Dios, explicar sistemáticamente los aspectos fundamentales de la fe, tanto la denominacional o doctrinal, como la fe de vida práctica.
- Formar creyentes que analicen las corrientes teológicas novedosas y clásicas. La fe no teme al pensamiento crítico. Una mente renovada y un corazón lleno del Espíritu no se contradicen, de hecho, mejoran la concepción de Dios y la relación con el mundo.
- Vivir la fe con integridad. Que el testimonio de la iglesia sea coherente: una comunidad que cree, sirve, trabaja y confía, sin tratar de manipular a Dios ni a las personas
¿Que podríamos concluir?
Las personas siguen amando a Dios y tienen fe en Él. Tienen esperanza, pero no se las ha formado para comprender que la fe genuina no es un amuleto ni un pensamiento positivo; es una relación viva con un Dios real que no está mi disposición para lograr satisfacción personal. Además, es confiar cuando no entendemos, permanecer cuando no sentimos, y adorar, aunque no recibamos lo que esperamos. Es creerle a Dios por quien Él es, no solo por lo que puede darnos.
En una época donde muchos confunden fe con optimismo espiritual, la iglesia debe volver al corazón del evangelio: Cristo, el autor y consumador de nuestra fe (Hebreos 12:2). Solo una fe arraigada en la Palabra podrá resistir el ruido del pensamiento mágico y brillar como una luz firme en medio de la confusión.
Referencias electrónicas:
Benítez, R., & Joma, S. (2025, 21 de enero). IX Estudio de Humor Social y Político del CEC – UFG evidencia rechazo y dudas de salvadoreños a la explotación de la minería metálica en el país. Revista Disruptiva. https://www.disruptiva.media/ix-estudio-de-humor-social-y-politico-del-cec-ufg-evidencia-rechazo-y-dudas-de-salvadorenos-a-la-explotacion-de-la-mineria-metalica-en-el-pais/
Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”. (mayo 1998.) Encuesta sobre religión y religiosidad de los salvadoreños. Informe No. 68. Instituto Universitario de Opinión Pública. https://uca.edu.sv/iudop/wp-content/uploads/informe68.pdf
Redacción DEM. (2025, 8 octubre). Religiones católica y evangélica predominan en los salvadoreños según encuesta CID Gallup. Diario El Mundo. https://diario.elmundo.sv/nacionales/religiones-catolica-y-evangelica-predominan-en-los-salvadorenos-segun-encuesta-cid-gallup
Carranza, M. (s.f). La religión para los salvadoreños: una aproximación desde las encuestas de opinión pública. Estudios Centroamericanos, 64(721). https://revistas.uca.edu.sv/index.php/eca/article/download/3463/3458/11865
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