“Deseaban, más bien, una patria mejor, es decir, la celestial. Por eso, Dios no se avergonzó de llamarse el Dios de ellos, y les preparó una ciudad.”
— Hebreos 11:16
Nadie que ha triunfado lo ha hecho por casualidad. Nadie se ha encontrado con la suerte de ser un ganador. Ninguna persona que se conforma con lo que tiene hoy, ha cambiado su destino. Los que se conforman nunca logran ver su propósito cumplido. Soñadores hay millones, hacedores cientos, y a veces decenas. Usain Bolt, el corredor que a la fecha (2025) el récord de los 100 metros planos (9.56 segundos) explicó muy bien esto: “Entrené 4 años para correr 9 segundos… y hay quienes se rinden si no ven resultados en 2 meses.”
Los verdaderos triunfadores tienen una fe ilimitada y a Dios eso le encanta. Dios sonríe cuando dejamos el sofá y avanzamos. Cuando dejamos a un lado el placer de las redes sociales y escribimos una pequeña reflexión que probablemente sea el inicio de un libro que incendie corazones y despierte a ser un luchador. Dios ama a quién ayuda a otro. Dios NO se avergüenza de aquellos que anhelan contribuir con un mundo mejor. Que no buscan una influencia momentánea, sino el que vive impulsando a las personas cercanas. Probablemente no salgan reconocidos en los grandes altares del ego humano, pero si será un nombre que Dios tenga en su boca para una gran misión. A Dios le encanta un corazón no se arraigue en lo pasajero. Dios se regocija del corazón que no cae en la indiferencia, que no se desanima por cualquier cosa, ama el corazón que sigue creyendo aun cuando muchas veces solo toque “saludar de lejos” las promesas, porque lo frutos los recogerá otra generación. Aquellos que saben que el Señor no miente.
El apóstol Pablo expresó con firmeza: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Esta es la voz de alguien que se niega a estancarse en la mediocridad. Triunfar no es un accidente; es el fruto de una decisión diaria de avanzar, creer y perseverar, aun cuando nadie aplaude. Algunas ideas para que diagnostique lo que necesite para tener un corazón de triunfador.
1. Tener una fe probada en el fuego de la prueba.
La fe genuina no florece en la comodidad, sino en la adversidad. A. W. Tozer dijo: “Dios nunca usa grandemente a una persona hasta que la ha probado profundamente.” Cada prueba forja en nosotros una confianza inquebrantable. Los vencedores no se definen por cuántas veces cayeron, sino por cuántas veces creyeron que Dios seguiría obrando y se levantaron y continuaron con esfuerzo y valor la lucha por el llamado y el propósito de Dios para sus vidas.
2. Ser disciplinado y consistente.
La disciplina es el lenguaje de los que caminan hacia la excelencia. Henry Ward Beecher enseñó: “La verdadera grandeza no está en ser fuerte, sino en usar la fuerza correctamente.” La constancia en la oración, en la Palabra y en el servicio produce raíces firmes que resisten el cansancio y la distracción. Otro autor contemporáneo, llamado Yokoi Kenji, menciona en sus conferencias: “La disciplina tarde o temprano vencerá la inteligencia”. Es importante recalcar que la vida en todas sus facetas no es una carrera de 100 metros es un maratón, y solo aquellos que se preparan con firmeza y carácter son las que alcanzan el éxito; pero no un éxito fugaz o circunstancial, sino la conciencia de una vida bien vívida, utilizando los talentos para dejar huella en los corazones de las personas.
3. Ser un apasionado y fervoroso luchador.
La vida no se conquista con pasividad. Jesús mismo afirmó: “El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mateo 11:12). La pasión espiritual no es emoción pasajera, sino fuego interior que empuja a cumplir el propósito divino y Jeremías lo vivió, Dios lo escogió del vientre de su madre para hacer cosas grandes para Dios y quería dejarlo, quería abandonar, pero cuando la duda llegó se dio cuenta de que si lo dejaba no se lo iba a perdonar y los escribe así: “Sin embargo, si digo que nunca mencionaré al Señor o que nunca más hablaré en su nombre, su palabra arde en mi corazón como fuego. ¡Es como fuego en mis huesos! ¡Estoy agotado tratando de contenerla! ¡No puedo hacerlo!” (Jeremías 20:7)
4. Avanzar con seguridad.
Avanzar con Dios no significa no temer, sino decidir confiar. “No temas, porque yo estoy contigo... te sostendré con mi diestra victoriosa” (Isaías 41:10). Los triunfadores caminan seguros porque su confianza no descansa en sí mismos, sino en la fidelidad del Señor. Saben que Dios no los dejará perecer y si les toca pagar con su vida, saben que es parte del propósito eterno pero que a pesar de lo complicado que es ese momento nunca dejarán de creer, como los tres amigos frente al rey Nabucodonosor con el castigo de un horno de fuego: “El Dios a quien servimos puede salvarnos de su castigo[y del horno de fuego. Es más, aunque él no lo hiciera, su majestad debe saber que no adoraremos a sus dioses ni nos arrodillaremos frente a la estatua de oro que ha construido”. Daniel 3:17-18
5. Exígete a ti mismo: los triunfos no son para gente promedio.
Cada héroe bíblico eligió creer cuando todo parecía perdido. Los mediocres se rinden ante la demora; los que confían, siguen caminando, aunque solo vean de lejos la promesa. Dios no se avergüenza de los que perseveran en su propósito, porque en ellos se refleja su gloria. Pablo lo entendió: no se conformó con haber empezado, sino que prosiguió a la meta. Exígete. No porque debas demostrar algo al mundo, sino porque fuiste llamado a representar a un Dios que le encanta la excelencia. Al final, como escribió Jim Elliot: “No es necio quien da lo que no puede retener, para ganar lo que no puede perder.”
Las victorias no vendrán de la noche a la mañana, pero la decisión de hacer un cambio en hábitos y costumbres si harán que esos triunfos se empiecen a escribir. Solo confía, levántate y sal a conquistar. Hemos sido llamados a marcar la diferencia.
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