Era la fiesta de los Enamorados en Londres. Se celebraba un alegre
baile juvenil en un edificio de dos pisos. La noticia de la fiesta se
difundió. Los jóvenes fueron llegando en parejas, en grupos de cuatro,
de seis, de ocho, de diez. Cuando ya había más de doscientos jóvenes
bailando rock, el piso cedió.
Se debió a una simple ley física. Un piso hecho para soportar a
cincuenta personas no puede soportar a doscientas. El piso se rompió y
los jóvenes cayeron en medio de una espantosa confusión. Dos muertos y
sesenta heridos fue el saldo del trágico final de la fiesta.
Hay leyes físicas que no se pueden violar sin pagar las
consecuencias. Si se ponen los dedos en el metal caliente, se sentirá
la quemadura. Si se toca un cable eléctrico, se sentirá la descarga. Si
se deslizan los dedos por el filo del cuchillo, correrá la sangre.
El universo tiene infinidad de leyes físicas que son así porque
así las formuló el Creador. No se pueden violar sin sufrir algún
percance. Y también el universo, y especialmente la humanidad, poseen
una gran cantidad de leyes morales, igualmente firmes, igualmente
valiosas, que tampoco se pueden violar con impunidad.
Consideremos el caso de Londres. El piso del edificio no cedió
debido a que los jóvenes bailaban música rock, ni porque bebían
cerveza, ni porque algunos fumaban marihuana ni porque algunas jóvenes
parejas se entregaban a excesivas muestras de cariño. Cedió porque se
le puso encima demasiado peso, y nada más; es decir, por una simple ley
física.
Así mismo, si sobre una esposa sufrida o un esposo demasiado
ingenuo, el otro cónyuge empieza a poner demasiado peso de infidelidad,
tarde que temprano habrá un quiebre, una ruptura, un desastre. Es una
simple ley moral.
Muchas esposas ceden por el peso de demasiadas burlas del marido, y
se rompen como estante de vidrio que deja caer estrepitosamente la
excesiva carga de copas que se le ha puesto encima. Y quedan igualmente
hechas añicos.
No se puede cargar un puente con demasiada carga ni poner
demasiado peso en la bodega de un barco o de un avión. Todo tiene un
límite. Pasado ese límite, hay peligro de muerte.
Tampoco se puede cargar el corazón de un ser humano con demasiada
pena. Y menos cuando ese corazón es el de la esposa o del esposo.
Pidámosle hoy a Cristo sabiduría, comprensión y poder. Él nos ayudará.
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