"Haz todo
lo posible por presentarte delante de Dios como un hombre de valor comprobado,
como un trabajador que no tiene de qué avergonzarse, que enseña debidamente el
mensaje de la verdad" 2a Timoteo 2:15 DHH
Lograr correr una milla en menos de cuatro
minutos parecía imposible. Por muchos años se llegó a creer que jamás habría
una persona capaz de lograr dicha hazaña. Los límites del ser humano quedaron
atrás en este récord, cuando Roger Bannister, el
9 de mayo de 1954 logró cruzar la meta en 3:59.4. Pero este logro no fue
producto de la casualidad, ni sólo del pensamiento positivo. Su entrenamiento
más el enfoque en mejorar los tiempos, lo llevaron a cumplir con su objetivo.
Desde ese día, se ha logrado bajar más de 15 segundos, teniendo la plusmarca el marroquí Hicham El
Guerrouj, que el 7 de julio de 1999, en la Golden Gala de Roma, corriendo dicha
distancia en un tiempo de 3:43.13.
El objetivo de
disminuir el tiempo se logró. Se unió un objetivo, el talento, el entrenamiento
y la lucha. Muchas de las cosas que se desean alcanzar se quedan en el tintero
debido a que no damos el 100%. Nos gustaría pintar, pero no estudiamos arte.
Nos gustaría escribir, pero jamás nos tomamos el tiempo de completar ideas y
desarrollar un texto. La eterna procrastinación. Posponer. Sueños diferidos.
Frustración absoluta. La eterna promesa incumplida. No hay nada más avasallador
que después de un tiempo decir: “hubiera…”
Por lo tanto, hemos sido
llamados para dar lo mejor. Pero, para ellos es necesario identificar nuestras
habilidades y ocupar el tiempo en mejorar. Einstein mencionó: “todas las personas
somos genios pero si mides la capacidad de un pez poniéndole a subir un árbol
pasará el resto de su vida creyendo que es un inútil” De
tal forma que ese don natural con el que nacemos, ya sea, para liderar, cantar,
abstraerse, se debe reconocer y trabajar en mejorarlo. Como Pablo le dijo a Timoteo:
“Por eso te recomiendo que avives el fuego del don
que Dios te dio cuando te impuse las manos.” 2ª Timoteo 1:6. Es
decir, le aconsejó que no sólo permaneciera encendido, sino que lo cuidará, lo
hiciera crecer e impactará a otros. Eso es un trabajo personal.
Otra situación para lograr dar el 100% en todas
las actividades es eliminar el virus de la mediocridad. Esa actitud que es
capaz de dejar cosas a medias. Ser parte del promedio. Lograr pasar un examen o
un curso sin esfuerzo. El disfraz que más ocupa la mediocridad es la humildad.
Sin embargo, el verdadero rostro es la pereza. Eclesiastés 9:10 detalla: “Y
todo lo que esté en tu mano hacer, hazlo con todo empeño; porque en el
sepulcro, que es donde irás a parar, no se hace nada ni se piensa nada, ni hay
conocimientos ni sabiduría.” Este versículo no habla de lo
extraordinario, de grandeza, de fama. Habla de acciones realizadas con todas
las fuerzas. Dar lo mejor de sí. Amar con riesgo. Dar la milla extra.
Aprovechar el tiempo. Esa es la clave, para dejar la mediocridad a un lado y
subirse al vehículo de la calidad.
Además, debemos de explotar nuestro potencial.
Muchos (me incluyo) viven de reconocer que son capaces de hacer algo, que se
tiene la virtud para emprender un nuevo trabajo, de hacer algo diferente. Sin
embargo, se quedan en potencial. Se deja guardado en una parte de nuestro
corazón y muere en el olvido. Es necesario, pues, explotar el potencial y
convertirlo en energía viva, que sea transformada y haga que arda un fuego que
sea imposible apagar. Que sea un poder que no se pueda detener.
Pablo era un potencial líder religioso. Estudió a
los pies de uno de los mayores maestros del judaísmo (Gamaliel). Creyó
fielmente que perseguir a los cristianos era cumplir con la obra de Dios. Era
probablemente, la figura más emblemática de los Fariseos y probablemente el
heredero del trono. Dios observó ese potencial y le cambió su visión. Pablo
jamás se quedó a medias, la misma energía que utilizaba para asesinar a los
creyentes, la ocupa para recorrer el mundo antiguo formando iglesias, en medio
de la persecución, hambre, azotes, lapidaciones, naufragios. Escribiendo desde
la cárcel, regalándonos más del 40% de los escritos del Nuevo Testamento, dando
testimonio en las casas humildes como en los grandes palacios. Ese mismo hombre
tenía la capacidad moral de poder decirle a uno de sus discípulos: “Haz
todo lo posible por ganarte la aprobación de Dios…” 2ª Timoteo 2:15 TLA.
Es muy probable que Pablo al escribir estas
líneas, podría ver la sonrisa de Dios. La satisfacción de un padre, por el
esfuerzo dado por un hijo. El orgullo de verlo alcanzar una meta. De que nadie
lo pudo acusar de flojo, mediocre o con doble vida. Fue íntegro a plenitud. En
ninguna de sus cartas se observa frustración por no dejar algo sin hacer. Por
el contrario, es capaz de dejarnos esta hermosa perla: “He luchado por obedecer a Dios
en todo, y lo he logrado; he llegado a la meta, y en ningún momento he dejado
de confiar en Dios.” 2ª Timoteo 4:7. Ese es el legado de dar lo
mejor. No hay reproches ni desilusión. Hay confianza de que cada
lágrima valió la pena, que cada gota de sudor obtuvo un fruto. El testimonio de
Pablo y su recorrido, nos dio la oportunidad a millones de personas de conocer
a Cristo.
Es por ello, que se debe tomar la decisión. Aprovecha
el tiempo para conocer tus dones. No los escondas, ni los guardes para el mejor
momento. No esperes revelaciones ni confirmaciones de Dios porque “Si quieres sembrar, no te quedes
mirando al viento; si
quieres cosechar, no
te quedes mirando al cielo.” Eclesiastés 11:4. Entrega tu alma, corazón y vida para cumplir el propósito de
Dios en tu vida. Aprovecha cada minuto, segundo y milésima, para que disfrutes
de una vida plena y un recibimiento excelso con las palabras de tu Señor: “¡Excelente!
Eres un empleado bueno, y se puede confiar en ti. Ya que cuidaste bien lo poco
que te di, ahora voy a encargarte cosas más importantes. Vamos a celebrarlo.”
Sn. Mateo 25:21
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