“Por eso, nosotros, teniendo a nuestro alrededor tantas
personas que han demostrado su fe, dejemos
a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y
corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante.” Hebreos 12:1
En un pueblo caminaba un campesino con su cosecha
sobre las espaldas. Acostumbrado a caminar algunos kilómetros para llegar a su
hogar, inicia su trayecto por una calle poco transitada, llena de polvo y
soledad. Cada treinta minutos hace una parada para descansar de esas casi 100
libras de peso de su carga.
Muy pocas veces transita un vehículo, por lo cual
pierde toda esperanza de recibir ayuda. Pero este día es fuera de lo común. Un
vehículo a toda velocidad pasa a su lado dejándolo envuelto en una nube de
polvo. Sin embargo, el conductor hace una parada, ve al hombre y lo llama,
movido a misericordia y le dice:
-
¡Señor! Va camino al pueblo-
pregunta el conductor.
-
¡Sí! – exclama el campesino.
-
Súbase, lo llevo – dice el dueño del vehículo.
Ni lento ni perezoso, el
campesino sube a la parte trasera del pickup e reinician el recorrido. Pasan 10
minutos del viaje y el conductor se recuerda del campesino y observa a través
de su espejo retrovisor el cuadro. No lo puede creer. Es allí donde vuelve a
parar y se baja de su vehículo.
- ¿Algún problema? Pregunta
el campesino.
- Señor, yo le di la
oportunidad de que usara para mi vehículo para que descansara de su carga y
viajara más liviano.
- Así es – detalla el
campesino – Estoy muy agradecido por su apoyo, llegaré muy temprano a mi casa.
- Pero – exclama asombrado el
conductor – ¡Usted todavía lleva la carga sobre su espalda!, Puede ocupar la
cama del vehículo para ponerla allí y descansar.
- ¡Es cierto, verdad! Dice el
campesino bajando la carga. Avergonzándose por su mala decisión.
Parece una historia un poco
jocosa, pero muchos viajamos por la vida de la misma forma. Llevamos las cargas
del pasado. Libras de malas de decisiones. Kilos de errores. Quintales de
pecados. Malos pensamientos. Ira. Amargura. Odio. Deseos de venganza. Escombros
de una estima. Impotencia de mejorar. Mediocridad. Historias familiares que
avergonzarían a cualquiera. Son “nuestras” cargas. Hemos vivido con ellas.
Viajado con ellas. Hemos transitado el dolor una y otra vez llevándonos un recuerdo.
Hemos construido salones repletos de sufrimiento. Burla. Ansiedad.
Preocupación. Nos quejamos de tenerlos, pero no los soltamos. Nos hacen daño,
sin embargo, las cuidamos de que nadie nos las quite. Han tomado el control de
nuestros pensamientos, nuestras acciones y de nuestro futuro.
Muchos llevamos días. Otros
meses. Años. Con las mismas cargas. Aumentado su peso y acabando con nuestras
fuerzas para emprender. Sin embargo, un día Cristo pasa en su pickup y nos
permite llevarnos a Casa para que descansemos. Nos dice: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos
y cargas, y yo los haré descansar.” Mateo 11:28 RVR 1960. Nos da una esperanza, nos invita a dejar todo atrás, a
rehacer nuestra vida. A reconstruir nuestra estima. No obstante, al igual que
el campesino agradecemos la invitación, abordamos el vehículo pero continuamos
cargados. No podemos perdonar. No podemos sanar nuestro corazón. Pensamos que
la invitación no incluye apoyo, ni sustento, ni favores. Somos los responsables
del pasado y debemos solucionarlo. Sin embargo, al ver el gigante que se
aproxima, dejamos que siga destruyendo nuestra vida porque con nuestras fuerzas
no saldremos adelante.
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las
cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” 2ª Corintios 5:17
No creemos en el borrón y
nueva cuenta. Necesitamos pagar y sentirnos aliviados que hemos hechos algo por
pagar la deuda. Sin embargo, la deuda con Dios es impagable con obras, buen
comportamiento. ¿Por qué? lo mejor de nosotros es un trapeador (utensilio para
fregar o limpiar los pisos). Se puede lavar con los mejores detergentes pero no
se sacarán las suciedades.
"Si bien todos nosotros
somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapos de inmundicia; y
caímos todos nosotros como la hoja, y a nuestras maldades nos llevaron como el
viento." Isaías 64:6
Entonces, a través de Pablo,
Dios nos manifiesta que el único poder que tiene el pasado sobre nuestra vida,
es el que nosotros le podemos dar. Todo es nuevo. No solo hay salvación. Hay
perdón. Hay amor. Hay esperanza. Hay paz. La carga de los errores del ayer
quedaron en la cruz. El pecado más sucio quedó completamente limpio por el
sacrificio de Cristo. Increíble, Observa:
"anulando el acta de los
decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en
medio y clavándola en la cruz." Colosenses 2:14
Todo quedó allí. Nuestros
pecados. Nuestras culpas. Nuestro dolor. Nuestras enfermedades del corazón. Nuestra
baja estima. El dolor de la pérdida de un ser querido. La falta de amor. Todo
quedó allí. Ya no necesitas luchar con ellas. No necesitas llevar las cargas.
Las cargas las llevó Él. Sólo debes entregarla, deposítalas a sus pies. Todo
está cancelado.
Somos refugiados de su
gracia. Así que, si tu pasado no te ha dejado ser feliz es momento que le
entregues el control de todas las cosas a Jesús. Cuando dejas las cargas del
pasado, tu futuro se escribe con excelencia. No lleves más equipaje y camina
confiado que Él será fiel en darte lo mejor. Es tu decisión, escoge lo mejor,
para que disfrutes tu paso por esta vida y prepares tu eternidad.
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