Motívate. Da el primer paso para salir adelante.
“Por eso, aunque pasamos por muchas dificultades, no nos desanimamos. Tenemos preocupaciones, pero no perdemos la calma. La gente nos persigue, pero Dios no nos abandona. Nos hacen caer, pero no nos destruyen.” 2ª Corintios 4:8-9 TLA
Caminando por la vida nos podemos
encontrar a diferentes tipos de personas, pero que se pueden dividir en cuatro:
los pesimistas, los realistas, los optimistas y los motivados. Los primeros dos
se dejan llevar por lo que ven. Los optimistas muchas veces no avanzan porque
tienen esperanza, pero no luchan; y están los últimos que son los triunfadores
que se convierten en los motivados. Los que tienen un fin, una meta, un
objetivo. Los que ven más allá de lo evidente. Los que ven oportunidades, en
lugar de problemas. Los que ven mejoras, en lugar de fracaso. Los que avanzan,
cuando los demás abandonan. Los que se limpian la ropa cuando han tropezado y
se vuelven al camino a intentarlo una vez más.
Con trece epístolas en su haber y
miles de kilómetros recorridos por barco y a pie, el apóstol Pablo escribe
estas hermosas palabras:
“Pero
esta riqueza la tenemos en nuestro cuerpo, que es como una olla de barro, para
mostrar que ese poder tan grande viene de Dios y no de nosotros.
Así, aunque llenos
de problemas, no estamos sin salida; tenemos preocupaciones, pero no nos desesperamos. Nos persiguen,
pero no estamos abandonados; nos
derriban, pero no nos destruyen. Dondequiera
que vamos, llevamos siempre en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que
también su vida se muestre en nosotros.” 2ª Corintios 4:7-10 TLA
Estas palabras están escritas con
el sudor de un luchador, con lágrimas auténticas. Sólo aquellos que saben que
es un problema, pueden entender cada palabra. Y no sólo eso, puede sentir la
misma emoción que Pablo le imprime al escribir cada una de ellas.
Observe los problemas,
preocupaciones, persecuciones y dificultades de Pablo, descritas en la misma
Carta a los Corintios:
“¿Son
servidores de Cristo? Yo lo soy más todavía, aunque sea una locura decirlo. Yo
he trabajado más que ellos, he estado preso más veces, me han azotado con
látigos más que a ellos, y he estado más veces que ellos en peligro de muerte. Cinco veces las autoridades judías me han dado treinta y nueve
azotes con un látigo. Tres veces las autoridades romanas me han golpeado con
varas. Una vez me tiraron
piedras. En tres ocasiones se hundió
el barco en que yo viajaba. Una vez
pasé una noche y un día en alta mar, hasta que me rescataron. He viajado mucho.
He cruzado ríos arriesgando mi vida, he estado a punto de ser asaltado, me he
visto en peligro entre la gente de mi pueblo y entre los extranjeros, en la
ciudad y en el campo, en el mar y entre falsos hermanos de la iglesia. He trabajado mucho, y he tenido dificultades. Muchas noches las he
pasado sin dormir. He sufrido hambre y sed, y por falta de ropa he pasado frío.”
(Énfasis del autor) 2ª Corintios 11:23-27 TLA
Con todo ese recorrido y marcas que
podrían desubicar a cualquiera, Pablo sigue altamente motivado:
“Por
si esto fuera poco, nunca dejo de preocuparme por todas las iglesias. Me enferma ver que
alguien se enferme, y me avergüenza y me enoja ver que se haga pecar a otros.
Si
de algo puedo estar orgulloso, es de lo débil que soy.” 2ª Corintios 11:28-30
TLA
Al final de sus días se da por
satisfecho:
“Yo
ya estoy para ser ofrecido en sacrificio; ya se acerca la hora de mi muerte.
He peleado la buena batalla, he llegado al término de la
carrera, me he mantenido fiel. Ahora
me espera la corona merecida que el Señor, el Juez justo, me dará en aquel día.
Y no me la dará solamente a mí, sino también a todos los que con amor esperan
su venida gloriosa.” 2ª Timoteo 4:5-8 DHH
Pablo escribe estas palabras con
la satisfacción de un campeón que nadie le pudo arrebatar su título durante
toda su vida. Con el dulce sabor de haber luchado consigo mismo, la
desmotivación, los problemas, las burlas, las afrentas y vencerlas. Con el
valor suficiente de entregarlo todo, de dar lo mejor, ocuparse a tiempo y fuera
de tiempo de su misión delegada por Dios aquí en la Tierra.
El apóstol jamás recibió un
premio. Conoció al Emperador Romano, el hombre más poderoso de su época, pero
no para recibir una condecoración o un premio, sino para recibir la sentencia
de muerte. No se hizo rico ni multimillonario. Pocos estuvieron en sus días de
cárcel, muchos lo abandonaron. Su muerte no fue retratada ni publicada. Fue uno
más, una estadística más de personas que murieron por el Cristianismo.
(... continuará...)
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