“El
prudente se anticipa al peligro y toma precauciones. El simplón sigue adelante
a ciegas y sufre las consecuencias.” Proverbios 27:12 NTV
Hay una conversación en el genial libro de Alicia en el País de las
Maravillas, del escritor Lewis Carroll que ilustra el principio de tener
claridad al momento de iniciar una travesía por la vida, la cual se narra a
continuación: “Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo
seguir para salir de aquí?
-Esto
depende en gran parte del sitio al que quieras llegar - dijo el Gato.
-No me
importa mucho el sitio... -dijo Alicia.
-Entonces
tampoco importa mucho el camino que tomes - dijo el Gato.
- ...
siempre que llegue a alguna parte - añadió Alicia como explicación.
- ¡Oh,
siempre llegarás a alguna parte - aseguró el Gato -, si caminas lo bastante!”
Como Alicia, muchos nos hacemos la misma pregunta ¿Cómo llegó a triunfar
en la vida?, ¿Cuál es el camino más corto a la felicidad?, ¿Hacia dónde va mi
vida? Y otras más que son válidas y correctas, sin embargo, deseamos vivir los
triunfos ajenos, la felicidad de otros y el rumbo de la vida de otros, lo que
nos hace gastar más recursos como tiempo, gastos de dinero superfluos, lo que
nos hace transitar por la vida sin un propósito claro que nos permita cumplir
el plan de Dios para nuestras vidas.
Lo primero que debemos hacer es O-R-D-E-N-A-R, organizar nuestros
pensamientos, conocer nuestras habilidades, comprender nuestras fortalezas,
deshacernos de lo innecesario, es decir, eliminar el desorden y enfocarnos en
lo correcto, es decir, todas aquellas cosas que deseamos alcanzar. “El
hombre planea su futuro, pero Dios le marca el rumbo.” Proverbios 16:9 TLA
Segundo, V-I-S-I-O-N-A-R, esto es tomarse el tiempo e identificar con
los recursos que se tienen (habilidades, conocimientos y actitudes) que es lo
que podemos hacer y qué estrategias se tomarán para alcanzarlos. Mientras más
clara es la visión y más cerca del Señor nos encontremos, el plan se ejecutará
de acuerdo a lo planificado. “Siempre que hagas planes, sigue los
buenos consejos; nunca vayas a la guerra sin un buen plan de batalla.”
Proverbios 20:18 TLA
En
tercer lugar, P-L-A-N-I-F-I-C-A y O-R-G-A-N-I-Z-A, Vivir a la deriva es una de
las peores decisiones del ser humano, implica llegar a dónde y cómo sea,
tratando de sobrevivir, sin saber los obstáculos, sin planes de contingencia,
sin saber los riesgos, sin ningún tipo de brújula. Esto nos lleva a invertir
(perder) más recursos sin ningún sentido. La planificación nos permite ver el
horizonte y la organización nos ayuda a ver qué recursos tenemos para lograr
llegar al horizonte y determinar los ajustes necesarios que se deben hacer para
continuar. “Pon tus actos en las manos
del Señor y tus planes se realizarán.” Proverbios 16:3
Así
también, se deben establecer P-R-I-O-R-I-D-A-D-E-S, Haz una lista de todas las
metas e inicia el proceso de identificar aquellas que se alcanzarán primero
hasta finalizar con las menos prioritarias, tómate el tiempo para celebrar los
pequeños triunfos que sirven para concatenar cada meta y persiste hasta el
final. Una actividad a la vez, te ayudará a evitar el desánimo, sobreesfuerzos
y te permitirá enfocarte en finalizar la meta y el propósito de Dios para tu
vida.
Y para
finalizar, evita las P-R-E-O-C-U-P-A-C-I-O-N-E-S, esto drenará tus fuerzas y
dividirá tu mente en varias dificultades que no te dejarán avanzar, soluciona
cada problemas según la necesidad, vigoriza tu fe y trabaja con paciencia hasta
el final. “Dejen todas sus preocupaciones a Dios,
porque él se interesa por ustedes.” 1ª Pedro 5:7
Al hacer este ordenamiento siempre habrán dos ejes transversales: La
ORACIÓN y la LECTURA BÍBLICA, en estos dos puntos encontrarás las respuestas
básicas a los problemas complejos que ocurran en tu caminar, ayudarán a tomar
decisiones prudentes y te ayudarán a comunicarte con Dios que será el que
moldee el camino y te lleve a cumplir su llamado.
“El
orgullo termina en humillación, mientras que la humildad trae honra.”
Proverbios 29:23 NTV
La
soberbia siempre trata de subir y al final termina por caer. Siempre desea
estar por encima de, busca el lugar privilegiado, los elogios, las alabanzas se
convierten en su sustento. Mí, yo, mío, logré, son sus palabras favoritas.
Cuando esto se logra instalar en el corazón, el fin es miserable y destructivo
porque nos aísla de los demás y nos hace ser indiferentes, despectivos hasta
convertirnos en groseros y ofensivos, lo que nos hace herirnos a nosotros
mismos, degradando el diseño de Dios para el ser humano.
Tomás
de Aquino dijo esto: “La
soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano.” Y podríamos agregar lo que
no está sano es necesario curarlo, extirparlo y si fuera posible cercenarlo.
Como el joven predicar que preparó un sermón brillante, sintiéndose seguro de
sí mismo y con mucho orgullo de ser uno de los primeros predicadores jóvenes
elegidos para dar un sermón en esa multitudinaria congregación… sin embargo,
sus nervios lo traicionaron y no logró hilvanar ninguna idea de su “gran
preparación”, por ende, bajo humillado, su amado tutor viendo esto, le dijo: “Si
hubieras subido de la misma forma que bajaste, habrías bajado de la misma
forma que subiste.”
Cada día debemos hacernos un auto
examen para limitar el crecimiento de la altivez y la jactancia y la mejor
forma de hacerlo es la siguiente:
a) No le prestes demasiada
atención a los elogios. Que tu alegría por ellos dure el mismo tiempo que duren
los aplausos (o sea, unos pocos segundos) que no sean tu motor, ni el
combustible por el que hagas las cosas.
b) Disfruta de acercarte a
personas con mejores habilidades, talentos y conocimiento que tú. Aprende de
ellos, celebra los triunfos de los demás, no dejes que la envidia invada tu ser
y nuble tu vista de lo importante y valioso que somos cada uno, por pequeño e
insignificantes que parezca. Trata a todos como deseas ser tratado.
c) No tomes los mejores asientos
y antes de sentarte asegúrate haber servido. La mejor forma de mantener los
pies en la tierra es servir a todos con un corazón correcto, con las
intenciones correctas. Mientras mantengas tu vida de espaldas del espectáculo,
menos problemas tendrás con los reflectores y vivirás tranquilo. “Cuando
fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea
que otro más distinguido que tú esté convidado por él, y viniendo el que te
convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste; y entonces comiences con
vergüenza a ocupar el último lugar.” Sn. Lucas 14:8-9 DHH
d) Cuando sientas aires de
grandeza y seguridad en ti mismo, recuerda que sin Dios no somos nada. Somos
hijos de la Gracia y la Misericordia. Somos frutos del trabajo de otros. Sin
Cristo nuestra vida no tiene sentido.
e) Nunca se te olvide dar las
gracias. El dar gracias nos recuerda que somos no merecedores de los favores
recibidos. Dar gracias nos recuerda el esfuerzo y la estima que los demás nos
tienen. Ser agradecido mantiene nuestra cabeza en su lugar y con el mismo
tamaño. “Uno de ellos,
cuando vio que estaba sano, volvió a Jesús, y exclamó: « ¡Alaben a Dios!». Y
cayó al suelo, a los pies de Jesús, y le agradeció por lo que había hecho. Ese
hombre era samaritano.” Sn. Lucas 17:15-16
f) Mantén tus palabras del mismo
tamaño de tus hechos. Evita la autopromoción, no exageres tus logros para que
no haya heridas al ver que lo que hablas no corresponde con lo logrado.
Caminemos siempre con sencillez.
Quitemos la apariencia y la superficialidad. Seamos sinceros con nosotros
mismos y veremos como la humildad logrará alcanzar una gran estima a los ojos
de Dios y de nuestros prójimos. “Aunque el
Señor está en lo alto, se fija en el hombre humilde, y de lejos
reconoce al orgulloso.” Salmos 138:6 DHH.
3. La mentira aparenta librarte de los
errores, pero al final te llena de enemigos.
“El
SEÑOR detesta los labios mentirosos, pero se deleita en los que dicen la
verdad.” Proverbios 22:12 NTV
La
mentira se viste con disfraces de la verdad, pero su olor delata su verdadera
condición. Nos libra momentáneamente de la vergüenza ocasionada por el error
cometido, sin embargo, su final siempre nos marca con una tinta que jamás se
borra, llamada desconfianza. Cuando iniciamos a mentir, podremos jactarnos de
nuestra astucia, al final regaremos lágrimas de tristeza y dolor.
Cada día que pasa debemos luchar por mantener la
credibilidad, ya que es ella la que mantiene nuestro honor de pie y nos librará
de situaciones que pueden destruir nuestra vida y corazón, tal como le ocurrió
a nuestro famoso pastorcillo mentiroso: “Había
una vez un joven pastor que vivía en una aldea muy tranquila. El joven, que no
tenía familia, tenía la fea costumbre de decir mentiras.
Una vez el joven pastor,
cuando estaba cerca la villa, alarmó a los habitantes tres o cuatro veces gritando
-¡El lobo, el lobo!
Pero cuando los vecinos
llegaban a ayudarle, los campesinos encontraron al pastorcito revolcándose en
el pasto muerto de la risa.
Días después el pastorcito
gritó: ¡El lobo, el lobo!.
Nuevamente los pastores
salieron de sus casas para perseguir al animal pero en vez del animal se
encontraron con el pastorcito que otra vez se burlaba de sus buenas
intenciones,
Sin embargo, semanas
después un grande y feo lobo llegó a la villa y comenzó a atacar a las ovejas
del pastorcito, quien, lleno de miedo, gritaba:
- Por favor, vengan y
ayúdenme; el lobo está matando a las ovejas.
Pero ya nadie puso atención
a sus gritos, y mucho menos pensar en acudir a auxiliarlo. Y el lobo, viendo
que no había razón para temer mal alguno, hirió y destrozó a su antojo todo el
rebaño, esto nos enseña que al mentiroso nunca se le cree, aun cuando diga la
verdad”
1 Comentarios
¡Muy buen contenido!¡Gracias por compartir esta sabiduría espiritual!
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