Hemos pecado. Somos culpables. Hemos tomado cosas que no son nuestras. La codicia se instaló en nuestra, justo cuando nuestro vecino recibió una bicicleta y nosotros un juguete muy barato. Unas cuántas veces hemos pensado con lujuria. Hemos engañado, insultado, maquinado venganzas. Nadie se puede escapar de la suciedad del pecado. Estamos atrapados en sus entrañas. Hemos desafiado la autoridad. Si se existiera un escáner de pureza, muchos fuéramos culpables de delitos inimaginables y mereceríamos castigos que sólo les deseamos a los peores criminales y eso somos. Somos criminales. Quebrantamos la ley. No tenemos la capacidad de pasar 10 minutos sin criticar, juzgar o tratar de pasar encima de los demás. "No hay justo, ni aún uno." expresó Pablo.
Hemos tratado de librarnos de sus consecuencias. La religión ha tratado de salvarnos de la muerte espiritual, a través de sus ritos, desafíos y dominio propio. Sin embargo, es difícil saber cuántos ritos, sacrificios y dolor tengo que pasar para pagar por los pecados pasados y por los futuros. Seguimos siendo perseguidos por la culpa. De hecho, ahora debemos sufrir el señalamiento de otros, que dentro de sus estándares son mejores que nosotros. Sin embargo, en el estándar de Dios tienen la misma sentencia. El profeta Isaías lo describió de esta forma: "Estamos todos infectados por el pecado y somos impuros. Cuando mostramos nuestros actos de justicia, no son más que trapos sucios. Como las hojas del otoño, nos marchitamos y caemos, y nuestros pecados nos arrasan como el viento." Isaías 64:4 NTV
La religión ha tratado de ser el enlace entre Dios y el hombre. Ha tratado de purificar nuestras faltas, tratado de identificar los mejores patrones de conducta que nos permitan gozar de la salvación y de la salud espiritual. Todo esto, ha llevado a escribir miles de nuevas normativas que llevan al hombre y a la mujer a sentirse frustrado porque jamás podrá llegar a cumplir cada uno de ellos.
El libertinaje ha sido otra manera. Donde no hay etiquetas. Donde nada es malo ni bueno. Donde se trata de borrar cualquier epíteto de nuestras conductas. Eso puede ser. Nada es dañino ni perjudicial, mientras me brinde satisfacción, placer o deleite. No importa lo que otros piensen o hagan. Debo satisfacer mis deseos. Debo dejarme llevar por mis instintos. Eso es. El pecado no existe. Hedonismo, humanismo, relativismo tratan de evitar que veamos lo evidente. Seguimos sintiéndonos culpables. Seguimos teniendo ese olor fétido muy particular que esparce el pecado. Romanos 1:24 dice: "Por eso Dios los ha dejado hacer lo que quieran, y sus malos pensamientos los han llevado a hacer con sus cuerpos cosas vergonzosas." El libertinaje no nos ha liberado de la necesidad de sentirnos bien, por el contrario, al final de cada situación, deseamos ser mejores y tenemos sed de justicia.
También, hemos tratado de crear nuestras propias reglas. -No somos tan malos como otros-decimos. Somos justos, honrados, virtuosos y muy pero muy, vanidosos. Nadie es más amable que nosotros. Serviciales por excelencia. Fanfarrones perfectos. Nuestra humildad es tan grande como un átomo. Nos comparamos con los peores, pero sabemos que hay gente que tiene mejores cualidades y virtudes. Cuando los vemos, allí se destruye nuestra perfecta imagen. Adiós e-g-o y bienvenida e-s-t-i-m-a b-a-j-a. Querer alcanzar a Dios por nuestros medios es como conducir un vehículo para llegar a la luna. Es imposible. Pablo escribió lo siguiente respecto a nuestras obras y su alcance para alcanzar el perdón: "Ante Dios, no tenemos nada de qué estar orgullosos. Pues Dios nos acepta porque confiamos en Jesucristo, y no por obedecer la ley de Moisés." Romanos 3:27 TLA
Es allí donde aparece la gracia. Somos pecadores y somos merecedores del castigo más cruel. Nadie nos puede librar. Ningún ser humano es capaz de librarnos de la muerte. Somos cortados por la misma tijera. Necesitábamos ayuda. Éramos muertos vivientes. Sin valor. Sin destino, o más bien un destino de muerte. Pablo nos muestra la llave de entrada a la gracia: "Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados," Efesios 2:1 NTV. Observa con detenimiento esa declaración, no hay esfuerzos ni mucho menos, méritos humanos. Fue Él. Nos dio vida. Una nueva oportunidad. Mientras nos revolvíamos en el lodo del dolor causado por la culpa, nos tomó de la mano y nos quitó los trapos inmundos del pecado, nos limpió con la sangre de Jesús y nos vistió con el manto de la gracia. Pablo describe esa acción de la siguiente manera: "Pues todos hemos pecado; nadie puede alcanzar la meta gloriosa establecida por Dios. Sin embargo, Dios nos declara justos gratuita y bondadosamente por medio de Cristo Jesús, quien nos liberó del castigo de nuestros pecados." Romanos 3:23-24. Nuevamente el sujeto activo del párrafo es Dios. Los castigados: Nosotros. Los buscados: Nosotros. Los perdonados: Así es, los mismos dos anteriores.
Esa gracia que no discrimina. Esa maravillosa gracia que no nos mide por grados o acciones. Es para todos. Es una muestra de amor, invaluable. Que regenera, que cambia pensamientos, que renueva objetivos de vida, que nos brinda esperanza, que nos transforma. Ya no somos más el mentiroso, el embaucador, el abusador, el ladrón. Max Lucado define la gracia como un trasplante espiritual de corazón. El profeta Ezequiel lo describe así: "Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Les quitaré ese terco corazón de piedra y les daré un corazón tierno y receptivo." Ezequiel 36:26. Tenía razón el profeta, mientras uno está equivocado, se vuelve más obstinado, más terco. Mientras se vive inmerso en el pecado, nos volvemos más testarudos, pensando en que somos demasiado fuertes y que podemos salir en cualquier momento o que estamos tan embarrados que es imposible salir.
Ambos pensamientos son derrotados por la gracia. Nuestra fuerza, nuestro pensamiento positivo no nos sacará del hoyo en que nos hemos metido; pero tampoco, se debe borrar la esperanza. Solo debemos caminar a ella. Probarla. Iluminará nuestro caminar y nos provocará repudio. Nos devolverá el sentido del olfato y nos hará percibir el olor nauseabundo de nuestro pecado. Nos devolverá la vista y observaremos los harapos sucios que utilizamos. La gracia de Dios fue la que llevó a Juan a escribir estas palabras a la iglesia de Laodicea, que son dictadas por el mismo Jesús: "Tú dices: "Soy rico, tengo todo lo que quiero, ¡no necesito nada!". Y no te das cuenta de que eres un infeliz y un miserable; eres pobre, ciego y estás desnudo. Así que te aconsejo que de mí compres oro —un oro purificado por fuego— y entonces serás rico. Compra también ropas blancas de mí, así no tendrás vergüenza por tu desnudez, y compra ungüento para tus ojos, para que así puedas ver." Apocalipsis 3:17-18 NTV.
Estas palabras no son juicios. No son críticas. Son mensajes de alerta. Llamados a recibir la gracia y no dejarse llevar por lo que se percibe. La gracia nos provocará incomodidad porque saldrá a luz nuestro mal proceder, pero tiene un propósito de transformación. No podemos obtener la gracia, pero si alcanzarla. No somos merecedores de ella, pero somos los recipientes donde se vierte.
Así que, si te sientes tan miserable y pecador que no tienes perdón, es que la gracia te ha alcanzado. No son tus méritos. Es lo que Él ha hecho. Se hizo hombre. Caminó en la Tierra. Nos mostró el camino y no sólo eso. Pagó el precio para que podamos acceder al perdón divino. Derramó su sangre y abrió las puertas del perdón y la salvación. Él lo hizo todo. Sólo tómala y hazla tuya. Cambia tu rumbo. David describe la gracia en estos hermosos versos del salmos 103:
"Él perdona todos mis pecados
y sana todas mis enfermedades.
Me redime de la muerte
y me corona de amor y tiernas misericordias." Salmos 103:3-4
La gracia es perdón y reconcilio, no solo pasa por alto la ofensa, sino que nos recibe nuevamente en el hogar, del cual nos habíamos escapado pensando que no éramos lo suficientemente dignos de continuar allí, con los mismos privilegios que dejamos cuando nos marchamos. Con la misma herencia, con el mismo futuro.
La gracia es sanidad. Las heridas emocionales son sanadas. Esa alma desgastada, es renovada a plenitud. Esos pensamientos humillantes son restaurados. Una estima colocada en su sitio.
La gracia es redención. Para el mundo valíamos menos que nada. Aunque tuviéramos éxito, riquezas y prosperidad. Éramos un vestigio. Utensilios. Herramientas. Cristo nos compró. El Apóstol Pablo escribió: "Cuando Dios los salvó, en realidad los compró, y el precio que pagó por ustedes fue muy alto. Por eso deben dedicar su cuerpo a honrar y agradar a Dios." 1ª Corintios 6:19-20 TLA. De esclavos del pecado pasamos a libres.
La gracia es amor. Es la mayor muestra. Es el amor arriesgado. Ese amor capaz de darlo todo por nada. Ese amor que nos permite amar aunque no nos amen. Ese amor capaz de perdonar. Ese amor capaz de abrir los brazos, aun cuando nos escupan el rostro. Ese amor que siempre deja la luz encendida para esperar el regreso. Ese amor que nos hace esperar. Que nos hace entregarnos. Que da segundas oportunidades. Eso es lo que necesitamos. Esa gracia. Maravillosa gracia.
No la pierdas de vista. Seremos transformados por ella. Su gracia es más que suficiente. Déjate alcanzar por ella. Solo debes ir a la cruz a tomarla. Tu vida jamás será igual. Cuando la gracia llega, permanece para siempre. Recuerda que: "Pero Dios nos demostró su gran amor al enviar a Jesucristo a morir por nosotros, a pesar de que nosotros todavía éramos pecadores." Romanos 5:8 TLA y "Dios amó tanto a la gente de este mundo, que me entregó a mí, que soy su único Hijo, para que todo el que crea en mí no muera, sino que tenga vida eterna." Juan 3:16 TLA. Esa es la gracia. Maravillosa Gracia.
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