Adoración Total

Iniciaré con una idea polémica: La adoración no es un momento para llenarnos de Dios, inundarnos de su Presencia, sentir emociones o convertir ese momento en una experiencia mística. La adoración es para vaciarnos. Para una entrega total de lo que somos y lo que pretendemos obtener. Hay un ejemplo gráfico en el libro de Apocalipsis que muchas veces pasamos por alto. Observe con detenimiento este versículo. Lea e imagine: 

"Estos cuatro seres vivientes cantan y dan gracias al que está sentado en el trono y vive para siempre. En sus cantos dicen lo maravilloso, poderoso y digno que es él de recibir honores. Cada vez que hacen esto, los veinticuatro ancianos se arrodillan delante de él, lo adoran y, arrojando sus coronas delante del trono, cantan: 
«Señor y Dios nuestro; tú mereces que te alaben, 
que te llamen maravilloso, y que admiren tu poder. »
Porque tú creaste todo lo que existe; gracias a ti, todo fue creado.» 
Apocalipsis 4:9-11 TLA 

El cuadro es precioso de simbolismos. Palabras de adoración. Acciones del cuerpo que muestran absoluto respeto, reverencia y honor pero lo maravilloso que me encantó es esta frase (perdón por las mayúsculas): A-R-R-O-J-A-N-D-O  S-U-S  C-O-R-O-N-A-S. 

Sus puestos de honor al suelo. Sus objetos más valiosos puestos a disposición de quién se los dio y quién lo merece. Su adoración no es para llenarse o para atribuirse que fue un momento maravilloso. No es para levantarle la estima a Dios porque ese día se levantó del mal humor o triste y se le debe ayudar a cambiar su estado de ánimo. No. Hemos mal entendido que la adoración nos sirve para ser llenos de paz, pero en realidad es algo diferente. Eugene Peterson escribió: "La adoración no satisface nuestra hambre por Dios sino que despierta nuestro apetito". Allí reside la diferencia. 

La adoración nos lleva a caminar hacia círculos más cercanos, donde solo sales más fascinado y atónito de lo que has encontrado. Quieres más, pero no para sentirte superior, para lograr una unción que te lleve a elevarte por sobre los demás, poniendo las manos y dando "bendiciones", no vas por el resultado, sino por el proceso. La adoración genuina no es para encontrar algo, sino para descubrir. No es para sentir, sino para vivir. No es para disfrutar, es para anhelar.  David lo expresa claramente en el Salmos 63: 

Dios mío, tú eres mi Dios. 
Con ansias te busco desde que amanece, 
como quien busca una fuente en el más ardiente desierto.

¡Quiero verte en tu santuario, 
y contemplar tu poder y tu grandeza! 
Más que vivir, prefiero que me ames. 
Te alabaré con mis labios. 

¡Mientras viva te alabaré! 
¡Alzaré mis manos para alabarte! 
¡Con mis labios te alabaré y daré gritos de alegría! 

¡Eso me dejará más satisfecho que la comida más deliciosa! 

Me acuesto y me acuerdo de ti; 
durante toda la noche estás en mi pensamiento. 

¡Tú eres quien me ayuda! 
¡Soy feliz bajo tu protección! 
¡A ti me entrego por completo, porque tu gran poder es mi apoyo! 

David habla de dar. entregar, quemar. No fue fortuito. No es amor que se deja llevar por emociones. Es una amor decidido, transparente y poderoso. No es un amor de intercambios. Es desinteresado, fiel y majestuoso. No es amor mercantilista. Trasciende emociones y muchas cosas más. Es querer pasar más tiempo averiguando lo que hay en el corazón que lo que puede haber en sus manos. Fue algo que siempre está en su corazón. Si despierta tiene ansia. Si se acuesta no deja de pensar en lo genial de estar con Él. Será algo pasajero o casual para aquel que adora por los motivos equivocados.  Aquel que viene para recibir, para buscar, para satisfacer su necesidad espiritual pero de una manera egoísta. Salir y entrar con lo que se vino a buscar.

La adoración verdadera no es así. Es impregnarnos del aroma del cielo. Es vivir con los valores eternos. Es ver al prójimo como alguien que necesita. Hay pasión pero no pasajera. Hay entrega total. Hay sentido. Hay propósito genuino.

La adoración es para corazones insaciables. Para aquellos inconformistas. Para gente que anhela entender el corazón de Dios, pero no para atribuirse sabiduría o cercanía, sino para disfrutar su compañía. Para aquellas personas capaces de entregar, de reedificar su altar y quemar sus dones, habilidades y ponerse a su disposición, aquellos capaces de ver su Gloria y en lugar de sentirse orgulloso por ello, se dan cuenta que no son dignos. Que al ver su santidad, solo poder decir:
“¡Ay de mí, estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros, yo, que habito entre gente de labios impuros, y he visto con mis propios ojos al Rey, Señor del universo”. Isaías 6:5 

 Nunca lo olvides, el sentimiento que queda luego de adorar no es plenitud, sino deseos de regresar, volver a empezar, seguir comprendiendo. Eso es lo maravilloso de la adoración. Es vital, imprescindible y sin duda nos transforma como Moisés, ya no en peticionarios, no en buscadores, no en ungidos, sino en insatisfechos, pero node cosas sino de poder ver su Gloria. Su Majestad. Su Presencia.

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