“Entonces dijo Elías a todo el pueblo: Acercaos a mí. Y todo el pueblo se le acercó; y él arregló el altar de Jehová que estaba arruinado.” 1° Reyes 18:30
Una de las batallas más épicas de la Biblia. Desde mi punto de vista, en el top 3 de grandes combates. En el podio la acompaña el valeroso pero muy joven David, derrotando a Goliat (1° Samuel 17) y también, la batalla donde Josafat en lugar de enviar a la guerra a sus valientes, decide empezar un congreso de alabanza y adoración (2° Crónicas 20); pero esta batalla de Elías es épica. Es el encuentro final. Las fuerzas del mal enfocadas ante un solo hombre. Un solo hombre enfrentado a 850 profetas falsos amparados bajo las poderosas manos del rey Acab y a la sombra de un pueblo confundido a quién seguir.Tal como hoy en día. Una sociedad llena de información, pero confundida entre darle valor a la agenda LGBTI. Donde la satisfacción inmediata se robustece y el trabajo duro y el esfuerzo se ve como algo sin sentido. Donde los gobiernos apoyan ideas como aborto, pobreza y otras situaciones más y la religión desorientando más a las personas, engañando con una falsa espiritualidad y creando un Dios a la medida de mis necesidades.
En este momento histórico, es necesario que se levanten nuevas personas con el espíritu de Elías. Un espíritu desafiante. No se escondió, sino que defendió valientemente los principios del reino de Dios. Su primera acción no fue tratar de cambiarlos por el poder sus palabras. Lo primero que hizo fue restaurar el altar. El altar de Dios. El punto de reunión entre lo divino y el ser humano. El lugar donde entregas tus ofrendas especiales. Donde puedes entregarte completamente. Vaciar quién eres y salir renovado, restaurado y completo.
La acción de Elías fue valiente. Por más de 80 años, el lugar donde el pueblo debía llegar a entregarse, se había destruido y había pasado más penas que glorias. Hasta que un hombre arregla. Un hombre decide creerle a Dios y convencer a un pueblo que solo existe un Dios verdadero. Que, aunque el mundo hable y crea estar en lo correcto, solo el Señor es el camino, la verdad y la vida.
La lección: Hemos sido llamados a ser restauradores. A edificar el altar. No para que otros vengan y adoren, sino para que nosotros empecemos un movimiento que reforme, que avive la llama sagrada y que ponga a Dios en el lugar que corresponde. El primero. El único. Así, cuando nos vean encendidos, vendrán otros a llenarse del fuego de Dios. Pero es reedificando, la única manera.
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