“No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta.” Romanos 12:2
Es importante revisar las claves de nuestros propósitos o compromisos de año nuevo. Casi siempre – y esto no es malo- tienen que ver con cuestiones personales: bajaré de peso, iré al gimnasio, leeré un libro, me dormiré más temprano o aprovecharé el tempo, me inscribiré a clases o asistiré más a la iglesia. Todas estas tareas loables y coherentes con el fin de mejorar las perspectivas de nuevo año; pero que a veces por lo indefinidas o improductivas que vemos en ellas, las terminamos dejando a un lado, a la vuelta de una semana, un mes o un tiempo después.
No obstante, es importante en destacar que hay metas que valen la pena y que nos ayudan a mejorar y sobre todo ser mejores ciudadanos del mundo. Tengamos algo claro: El mundo nos necesita. Necesita referentes y no tantos influencers. Necesita hombros fuertes en quién llorar, situaciones. Necesita personas con el carácter suficiente para emprender la tarea de remendar pantalones o aliviar corazones. Es necesario provocadores de sonrisas y personas que transformen su entorno.
La presencia de Jesús no dejaba a nadie indiferente. Llegaba a un lugar y la atmósfera cambiaba. No en algo sensorial y místico; sino en una apertura a una buena conversación, a dar valor al desvalido, a perdonar a quién lo necesitaba y a dar aliento a un corazón herido y maltratado. Me fascina que nuestro Señor siempre estaba dispuesto a atender hasta un respetado Maestro de la Ley pero confundido Nicodemo y atendía a una mujer con mala reputación y dejaba que su corazón se derramara con un adoración increíble y una transformación de su ser.
Esto es fascinante. Tomar el ejemplo de Jesús para proponernos cambiar el mundo. Transformar realidades en las personas más cercanas y actuar por hacer algo diferente. Proponer. Protestar. Aliviar. Ayudar. Compartir.
Cuando empezamos a hacer esto, sin lugar a dudas, dejamos de procrastinar. La procrastinación no tiene que ver con solo dejar de hacer algo por algo que nos satisface instantáneamente. Procrastinar tiene que ver con perder lo más valioso, trascendental pero demasiado limitado: Tiempo, fuerzas y experiencias. Estos tres elementos unidos son transformadores.
Así que, para este nuevo año. Tomemos el compromiso de cambiar nuestro mundo.
El mundo nos necesita. Necesita hombres valerosos que se tomen tiempo para dar una palabra de bien. Hombres capaces de amar y procurar el bien de otros. Salomón lo detalló en la siguiente proposición: “A dondequiera que vayas, haz el bien, que después de un tiempo el bien que hagas te será devuelto. “Eclesiastés 11:6.
No temas. Estas experiencias enriquecerán tu vida y te hará preocuparte menos por lo temporal y te enfocará en lo eterno.
Hoy es el día. Inicia. Tienes una discusión pendiente, habla y pide perdón. Te equivocaste o se equivocaron contigo, da una segunda oportunidad.
Visita esa familia que miras de lejos. Acércate a ese joven distante y solitario. Recoge la basura de tu comunidad. Visita ese hospital. Este mundo olvida fácilmente y no podemos ser así. Cose ese calcetín. Inspira a tu niño. Habla con tu hija. Ama a tu esposa. Abraza a quién lo necesita.
El mundo necesita de las personas buenas. Te necesita. Necesita pequeños cambios. La grandeza de lo pequeño es lo que genera admiración. Este nuevo año, tu iglesia, tu comunidad, tu familia, te necesita. Enfócate en tu compromiso. Sin lugar a dudas, tus talentos saldrán y tu vida no será la misma.
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