El fracaso es real. Deja un sabor amargo de tristeza, frustración y dolor. Tristeza por haberlo dado todo y no obtener recompensa alguna. Frustración por sentirte prisionero en el valle de la muerte de la fe y la esperanza, sin poder cambiar el rumbo. Dolor, porque la batalla ha sido dura y te ha colocado en el punto de partida… pero sin el entusiasmo inicial.
Entonces surge la tentación: ¿y si tiro la toalla? Al fin y al cabo, nadie notaría mi ausencia, nadie exigiría ya nada de mí. Parece lo más fácil, lo menos doloroso; pero, sin duda, sería el precio más alto que pagarías. En este momento, es necesario que tomes decisiones, y aunque el fracaso tiene muy mala fama, siempre nos deja lecciones de vida fascinantes que trascienden y nos enseña a vivir con pasión.
Es importante identificar que la vida no es una red de buenos momentos y de gratificaciones. La vida es una red de momentos de aprendizaje, crecimiento, desarrollo y resiliencia, que se teje con la belleza de los éxitos y con la disciplina de las derrotas. Por lo tanto, cada paso, por pequeño que haya sido, enseñó: disciplina, humildad, resiliencia.
Disciplina, porque nos hizo comprender que el fracaso no es un agujero sin fondo, sino un peldaño mal pulido; que en esta ocasión no estábamos listos, mostrando los límites de nuestras competencias, y nos ha invitado a reforzarlas.
Resiliencia, porque cada derrota o fracaso nos deja una herida, pero no para lamentarla eternamente, sino para descubrir en ella la semilla de nuestra fortaleza futura.
Imagina por un momento que corres un maratón: al kilómetro veinte, sientes que tu cuerpo no da más. El fracaso parece inminente. Pero, al acostumbrarte al dolor y redirigir tu atención a cada zancada, entiendes que aún quedan fuerzas y que cada metro ganado es un triunfo íntimo.
¿Cómo puedo hacer para tomar el aprendizaje de los obstáculos y complicaciones de la vida?
Es necesario tomar el riesgo de volver a intentarlo, atreviéndose a reescribir la historia. Cuando la mente susurra “ya no puedo más”, respóndele: “aún no he dado mi última palabra” y continúa desafiando al destino. Vence la mediocridad con la fe que te queda. Lo maravilloso de la fe es que, entre más la usas, jamás se desgasta; por el contrario, crece sin detenerse.
Además, se debe hacer un inventario de los aprendizajes. Si hubo un error en la gestión de emociones, es necesario identificar conscientemente en qué fallamos, por qué se nos fue de las manos la situación. Si fue una decisión mal tomada o un riesgo no calculado, también es necesario trazar una línea de puntos hasta el origen de la situación, para diseñar una estrategia que permita no caer en el mismo error.
Pregúntate: “¿Qué me dice este golpe? ¿Cómo me hace más sabio?”
Salomón escribió: “La vida de los hombres buenos brilla como la luz de la mañana: va siendo más y más brillante, hasta que alcanza todo su esplendor.” La vida de los hombres y mujeres extraordinarios no brilló por un momento aislado, sino por el cúmulo de experiencias alcanzadas y el aprendizaje obtenido.
Así que, vuelve a tomar la toalla con determinación, firmeza y seguridad, para que en tu vida los obstáculos no sean límites, sino circunstancias para crecer, desarrollar tu liderazgo, aumentar tu fe y alcanzar ese propósito de Dios para tu vida.
¡Adelante, la historia no termina aquí!
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