¿Vivir para los Likes o Para Tu Propósito? La Elección que Define el Éxito

No hay destino que justifique la traición a tu esencia. Si para llegar lejos debes perderte a ti mismo, entonces no es un viaje, es una forma de exilio personal y espiritual.

 
Vivimos en un mundo que aplaude el éxito, aunque venga acompañado de un alma desgarrada. En el ámbito del marketing se ha arraigado una frase que me parece mortalmente inhumana: “no hay publicidad mala” o “no importa si hablan bien o mal de ti, lo importante es que estés en boca de todos y presente en todas las redes sociales”. Esta lógica ha afectado profundamente la formación de hombres y mujeres auténticos, promoviendo en su lugar una cultura de máscaras y apariencias. 

 Se nos enseña a aparentar, a encajar, a avanzar, aunque para ello debamos amputarnos la identidad, a perder la integridad por algunos "likes" o por ingresos efímeros. Como Esaú, preferimos la gratificación instantánea antes que la construcción de un buen legado y una reputación sólida. Pero Jesús dijo algo radical: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mateo 16:26). No lo dijo como metáfora, ni como una enseñanza ligera, sino como una advertencia directa y urgente. 

En el corazón de Dios jamás estuvo la idea de crear seres humanos con la misma forma de pensar. Por eso nos dotó del libre albedrío. Estableció los temperamentos y el carácter como caminos por los cuales cada persona expresa su singularidad. Tu esencia es el soplo de Dios en ti. No fue puesta para ser negociada en el mercado de las expectativas ajenas, ni para que tu autoestima dependa de la frágil e inconstante opinión de los demás. 

Piensa con convicción y valentía: si para alcanzar tus metas necesitas disfrazar tu voz, intentando parecerte a otros; diluir tu fe para encajar o ser tomado en cuenta; callar tus convicciones para no parecer diferente y estar “in”; o torcer tu carácter para no incomodar, entonces ese no es tu destino: es tu pérdida. Dios no te llamó para ser una copia de alguien más, sino una expresión genuina de Su gloria en ti. “Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios 2:10). No te exilies de tu propósito original por aplaudir caminos que no te pertenecen. 

El verdadero éxito no se mide en qué tan alto llegas o cuántos te reconocen, sino en qué tan fiel fuiste a tu llamado. En la parábola de los talentos, el Señor (representado en el hombre de negocios) no llamó a sus siervos “famosos y exitosos”, ni “relevantes y reconocidos”. Los llamó siervos fieles, porque la fidelidad es la brújula que te permite identificar tu coherencia con los principios y valores eternos. Es el termómetro espiritual que revela si aún conservas tu esencia. 

No temas ir más lento si eso significa ser fiel. No temas decir “no” cuando tu alma grita “¡cuidado!”. No te pierdas a ti mismo por conquistar lugares que Dios jamás te pidió alcanzar. No confundas ser atrevido o audaz con ser incongruente y buscar tu propia honra. Porque en el Reino de Dios, el que más brilla es el que refleja a Cristo, no el que tiene más luz propia. 

Brilla más aquel que sirvió con amor, que aquel que se expuso por vanagloria. Brilla más quien con su vida inspiró a otros a ser mejores, que aquel que acumuló aplausos para sentirse pleno. El verdadero siervo es el que lo da todo sin esperar nada a cambio. 

El éxito no es la acumulación de objetos aparentemente valiosos. Es mantenerte fiel a aquello para lo que fuiste llamado. Es obrar con sencillez, recordar que todo lo que tenemos o logremos no nos pertenece, sino que somos simples administradores de la multiforme gracia de Dios.

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