como el viento que peina el mar sin mover sus raíces.
Pero la transformación… ah, ella nos desarma, nos rehace, nos revela.
No es solo un giro en el camino, es un nuevo mapa en el alma.
Y al final, no somos los mismos: somos más verdaderos.”
Anónimo
“Dios no está interesado en mejorar tu versión anterior. Él quiere hacerte nuevo”.
Amamos a José por su santidad. A Josué por su valentía. A Moisés por su liderazgo. A Abraham por su fe; pero muy pocos volteamos a ver a Jacob. Y es por algo que debemos tomar en cuenta. A Jacob lo vemos todos los días. Vivimos con él. Porque la vida de Jacob es un fiel reflejo de lo que somos nosotros. Queremos lo mejor que tienen otros. No esperamos que Dios cumpla su plan trazado para nuestra vida e ideamos -con complicidad o con nuestra mente de estrategas- como tomar el atajo para ayudarle a Dios a cumplir sus promesas. Engañamos a diestra y siniestra y al ser confrontados por la realidad, nos toca huir y escondernos de la realidad. Defraudamos la confianza que otros depositan en nosotros y los culpamos a ellos por nuestras decisiones “Es que no me sentía valorado(a) y por ello fui infiel”, “Es tu culpa por no demostrar tu cariño”.
Jacob es muy parecido a nosotros. Somos muy capaces. Somos sagaces y astutos. Podemos vender hielo a los esquimales y salir triunfantes. El problema es que Dios no te quiere así, él no está interesado en mejorar tu versión anterior. Él quiere hacerte nuevo. No mira tu pasado, mira hacia adelante para transformarte.
Y es allí donde Dios vuelve a tomar el protagonismo. Cuando Dios nos ha dejado ser lo que queremos y nos hemos dado cuenta que por nuestra voluntad y fuerza somos incapaces de todo. Él actúa. Empieza a revelarte por medio de experiencias que necesitas dejarte moldear. Jacob lo vivió y con creces. El estafador es estafado. El astuto es completamente engañado. Años de fracasos y de comer polvo, lo llevó a confrontarse con su realidad y no estuvo dispuesto a ceder tan fácilmente. Como tú y yo. Es por eso que no aplaudimos a Jacob, por que como él somos toscos, no queremos rendirnos porque creemos que nuestra esencia es lo único que necesitamos para sobrevivir en el mundo.
Si leemos con una mente abierta las Escrituras nos encontramos que todas las personas que Dios habló o se les presentó de forma “corporal”, tuvieron una sola forma de actuar. Con humildad escucharon su voz y conversaron con Él. Jacob no. Miren como lo narra el autor de Génesis: “Entonces Jacob se quedó solo en el campamento, y llegó un hombre y luchó con él hasta el amanecer” Jacob empezó un forcejeo. No lo dejó hablar.
Si leemos un poco más adelante, Jacob sabía que era Dios, porque le pedía su bendición. No lo dejó hablar. Luchó, batalló, por varias horas. Jacob deseaba cambiar, pero lo hacía como siempre. Peleó. Dio todo por la bendición que Dios le había dado por medio de un sueño. Y es allí donde Dios cambió a Jacob. Al ver que Jacob no se dejaba transformar, le dislocó la articulación de su cadera. Desde el punto de vista anatómico y fisiológico, la articulación de la cadera (o articulación coxofemoral) es una de las más importantes del cuerpo humano, porque allí reside la capacidad del cuerpo de sostenerse y hacer actividades vitales. ¡Qué hermoso aprendizaje para nosotros! Dios tocó esa parte de su cuerpo para que el antiguo Jacob que creía que sus capacidades eran suficientes, con un siempre golpe se volvió vulnerable. A partir de allí, usó un bastón para movilizarse, pero sus fuerzas se multiplicaron porque ya no dependió de si mismo, sino de Dios.
Y aquí radica la belleza de la historia de Jacob.
A partir de aquí fue un hombre nuevo. Ya no fue más el “Suplantador”, sino que fue “El luchador”, y por primera vez, pudieron hablar cara a cara. Ya no hubo sueños que le detallarán las enormes bendiciones que tenía preparada para sus vidas. No hubo más historias contadas por terceras personas. Israel (antes Jacob) vivió su propia experiencia personal con Dios y ya no fue él mismo.
Así que cada vez que tomes tu Biblia y quieras saltarte la historia de Jacob, no lo hagas. Solo que, en lugar de únicamente leerla, analiza en que etapa estás y no esperes hasta estar con la espada en la pared y que Dios tenga que tocar tu autosuficiencia y entrégate. Déjate ser transformado y nunca más serás él mismo. No solo trates de cambiar, se transformado, porque solo así gozarás de las bendiciones preparadas para ti y los nuevos infortunios que te tocarán vivir, ya no estarás solo, temeroso y sin esperanzas. Dios estará contigo y transformará lo que parece mal en algo fascinante o como dijo Jeremías “Mis planes para ustedes solamente yo los sé, y no son para su mal, sino para su bien. Voy a darles un futuro lleno de bienestar”.
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